sábado, 30 de agosto de 2025

Decálogo de Nepentas y Amnesias. Capítulo VI.

 NOSTALGIA


…la cual irrumpe en la realidad, convirtiéndonos en entes ausentes de presente, sumergidos en un pasado en el que tampoco supimos estar ni sentir…


Quizá en estos últimos tiempos hemos perdido la capacidad y nos hemos olvidado de sentir nostalgia, o quizá sea una percepción individual. No es cuestión de romantizar emociones generalmente ligadas a la tristeza, pero sin duda es necesario no desligarse de uno mismo si no queremos caer en el error de perdernos y no volver a encontrarnos.

Pensar en el pasado, sentirlo hasta el punto de desgarrarte por la necesidad e imposibilidad de revivirlo, exige un tiempo del que no disponemos. Porque, una cosa es pensar en el pasado, cosa natural si se da la capacidad, y otra cosa es sentir el pasado. Esto último concretamente es lo que se denomina nostalgia, es decir, perderse en la reflexión de lo anteriormente vivido como quien se pierde en una caminata por el bosque sin más compañía que el crepitar de mil hojas secas y muertas bajo tus pies. Es un momento de desconexión de la realidad inmediata, un momento de confusión al volver a acceder a este presente miserable e inicuo. Presente indómito que teje el pasado a una velocidad que no podemos asimilar, y por lo tanto, un pasado del que nunca podremos tener nostalgia porque todo lo que le rodea es la rutina y el automatismo. No generamos nuevos recuerdos y por eso se siente triste el recuerdo de un pasado que no se volverá a repetir.

Se dice que vivir en el pasado es la peor forma de alienación, y desde cierto ángulo es una proposición acertada, pues aunque sigue siendo una forma real  de autoconocimiento, en ocasiones puede basarse en las quimeras típicas de los sueños fronterizos. Pero ante todo, el peor de los viajes hacia el naufragio del ser y hacia la auto ausencia es el de vivir en un futuro hipotético, anulando tu presente y anulándote como ente consciente.

¿Qué fue de la nostalgia? ¿Por qué decidimos abandonarla? Sin duda, las historias de nuestros antepasados estaban colmadas de vida, el brillo en sus ojos delataba haber sabido vivir sus presentes. El brillo se sustituye en nuestros tiempos por el mate, por la ausencia de emoción. Nuestros presentes son puro devenir feroz que nos introduce en una esfera que solo gira. No hay anécdotas. Deberíamos volver a tener la capacidad de sentir el pasado, de vivir el presente sin el elemento capitalista del desorden y lo efímero.

Un manifiesto que se debería firmar es la búsqueda del espíritu del silencio, de la calma, el sosiego, la paz espiritual, de apreciar lo que nos invade despacio, de no temer a pararse a pensar más tiempo del que nos permite la nueva sociedad de la fugacidad, de la apatía. Todo es una rueda que el ser humano está obligado a parar como derecho y deber fundamental. Si dejamos de sentir el pasado, jamás volveremos a entender para qué existe el presente, empezaremos a pensar que todo se perderá como las migas en un mantel…

Quizá es demasiado tarde analizando este contexto banal de lo frívolo, de la depravación y el descontrol, de lo absoluto y lo instantáneo, de lo extremista, de lo vacuo y superficial, de la ostentación, del ridículo, del engaño, de la obsolescencia, la explotación, la guerra disfrazada de consumo...

Exceso de angustia, de ansiedad, de crisis del pensamiento estancado y perdido en un limbo de nada… y sin embargo, carencia de nostalgia, de búsqueda de un absoluto conocimiento cimentado en los valores perseguidos por los antiguos, los valores renacentistas a favor de la construcción de un cuerpo con un alma o espíritu extraordinarios. 

¿Cuál es el principal problema? Necesidad de algo imposible, necesidad de parar un sistema que nos subyuga y nos esclaviza. Quizá si tuviésemos de nuevo la capacidad de albergar nostalgia, no la prefabricada por una red social que fenece antes de ser publicada, que muere antes de nacer solo por este mismo hecho superficial de vanagloria y necesidad de admiración… entonces podrían nivelarse ambos estados de ánimo fundamentales en la construcción de un individuo, es decir: la nostalgia y la reflexión derivada de cierta angustia (esta angustia tomada en el buen sentido, en el de sentir cómo te invade el universo por pararte a pensar en las cuestiones universales, en la existencia, no la angustia basada en un sufrimiento cíclico y atroz del espíritu por un vacío inexplicable). 

La nostalgia es la única esperanza que nos queda en este presente vacío y en el futuro que adviene incierto y furioso como un torrente.

Decálogo de Nepentas y Amnesias. Capítulo V. Lucidez


LUCIDEZ


…Los momentos de lucidez en que somos conscientes de no saber que estamos, o incluso, que vivimos, van aumentando en complejidad y duración, estableciéndose como las conocidas crisis de etapas personales…

¿Cómo plantear una distopía en el clímax de todas las distopías? En el pasado, grandes pensadores, novelistas, filósofos y escritores, plantearon sociedades absolutamente alienadas de una forma tan similar a nuestro presente, que parecían estar basados en él sin conocerlo. Profecías sumamente inteligentes y aterradoras. Cualquiera de sus lecturas te transporta a este momento convulso en el que, desgraciadamente, estamos condenados a sufrir sin remedio. Ya ninguna nueva teoría distópica podría sorprendernos, porque el horror más absoluto lo vemos tan cerca como si estuviésemos permanentemente oteando el horizonte desde un mirador panorámico. Las vistas de todo lo funesto al alcance de nuestra percepción, y nosotros, meros observadores que se limitan a dejar que llegue cualquier mal, cualquier corrupción del ser humano y de todo lo que esté a su alcance corromper. 

Quizá aquí se halle el germen del mal sobre el bien: en la pasividad, en la falta de lucidez, en lo heredado de las máquinas, pues ya no evolucionamos en el orden homínido sino en el orden tecnológico. ¿Esto qué quiere decir? Nos saltamos las crisis que nos corresponde sufrir porque nos olvidamos de existir, o de mirar hacia dentro. El siglo de la posmodernidad es el siglo de mirar hacia afuera, hacia donde no se puede ver lo esencial para considerarse un ser humano con características propias del homo sapiens sapiens. Hemos llegado a un punto en el que el objetivo es puramente numérico, informático, técnico, frío, autómata. Dejamos que las distopías conquisten nuestro territorio espacio temporal por el mero hecho de no saber que lo son, pues nosotros somos la versión distópica de lo que antes era un ser humano. Creíamos en la evolución tecnológica e informática, pero la invasión ha sido tan sutil y gradual, la letra pequeña estaba tan borrosa, desenfocada a nuestro entendimiento, que nunca quisimos pararlo. Ahora ya es imposible, el ser humano ha llegado al límite más absurdo de no existir sino como cuerpo, como envoltorio de un alma que se asfixió en el interior de tanto vacío. Un vacío de nada. 

Claro, el problema no es solo la ignorancia de no sabernos invadidos por lo artificial, obviamente esto es reducir la cuestión sin ninguna responsabilidad. Tampoco es solo el confort de dormir sobre redes sociales que mecen tu cuerpo de un lado a otro de la pasividad, de lo ajeno, de la apatía. Claro, las redes nos hacen fríos y autómatas, las mismas noticias televisivas sensacionalistas terminan volviéndote como un témpano sin sangre que observa unas imágenes sin conexión con uno mismo. Se suceden historias felices con historias terribles, muertes sanguinolentas y desmesuradas en directo, vísceras de alguien que aún grita en su último estertor, mientras desde tu casa observas esa pantalla, y ves la guerra, y engulles comida basura y por dentro estás obstruido. Tus arterias, tu corazón, tu propia alma, no puedes recapacitar, ni reflexionar sobre las imágenes que se suceden como rayos efímeros de desinformación vulgar. Demasiado acostumbrados. Entre esos ojos que ven y la sensación que transmite cada hecho que observan, hay un muro de mármol indestructible. La única forma de derribarlo es su propia muerte. Paradójico que el único detonador eficaz para volver a existir sea tener que morir.

Quizá no sea el apartado para tratar este tema, y solo se trata de una superficial crítica de la población que requiere de un estudio sociológico arduo y complejo, pero siempre consideré que el arte en todas sus facetas habla de la sociedad en la que vivimos, puede ser elitista, puede estar basado en el prejuicio de observar lo que me rodea de forma sesgada y laxa, pero repasando las temáticas y la calidad de la técnica, la complejidad, o la sensibilidad en el cine, la música, la literatura, la arquitectura y en las artes plásticas, estamos en el siglo de la muerte de la humanidad. Siempre, por supuesto, hablando de las tendencias, pues investigando en lo independiente, lo subversivo, la calidad supera a lo antiguo siempre-subjetivamente. Esto nos demuestra que aún hay aún un haz de luz que permite que la existencia siga teniendo un mínimo de sentido. 

Por lo tanto, ahí se encuentra otro germen de la distopía en la que estamos inmersos: lo convencional, lo normativo, los clichés que nunca se derriban. Si hay clichés, hay prejuicios, esto es algo terrible e inevitable. Si la sociedad está conformada por un conjunto de bípedos ovinos que se limitan a ser subyugados a cambio del pasto tecnológico que les alimenta, los lobos que salimos de ese rebaño podremos observar todo desde fuera, incómodos e impotentes ante tanta santidad fiel y gregaria, servilismo absurdo. Es una bola de nieve que crece: mientras unos mueren, sin saberlo, dando latigazos de mártir a su propia consciencia herida y moribunda, otros morimos de desesperación, ya alienados tras la rendición. Todo es cíclico, podría tratarse de la historia de cualquier civilización pasada y ya desaparecida por caer en el conformismo guiado por un poder corrupto y sanguinario. 

Muchos todavía pueden perderse en el pasado, un pasado que duele por la nostalgia de la utopía que supone cualquier momento anterior a este desastre autoimpuesto. Claro, es la sociedad la que nos guía, estudiando nuestras debilidades y prioridades, pero nosotros caemos como si una inyección de pegamento hubiese paralizado todas nuestras ganas de luchar. Impotencia de ser un lobo dentro del redil y tener que seguir el camino marcado por un sistema que te desnaturaliza como ser humano. 

Hasta que te rindes y te pierdes. Y de repente no puedes sentir. De repente solo puedes pensar en que no puedes ser consciente del presente. De repente les ves a tu alrededor como ovejas felices que escriben cosas felices, cuyo ideal estético es soez y vasto y cuyas preocupaciones se limitan a lo material, lo básico, lo prosaico. Les ves enfadarse y reír de verdad, les ves en el presente y tú, consciente racional del mundo que te rodea, no eres capaz de almacenar recuerdos porque los pierdes según el presente se va perdiendo lejano y exponencial hacia el pasado. Olvidas todo porque esta sociedad te dicta que no puedes pensar a la larga, ni sentir a la larga, pero a ellos solo les preocupa el presente más inmediato mientras tú te pierdes en la peor de las muertes, el futuro hipotético. Vagando solitario como un lobo. 

Por eso a veces me pregunto si habrá algún punto en un futuro, esperemos, relativamente cercano, en el que nos rebelemos contra esta sociedad azucarada en la superficie y enmohecida en sus adentros. Luchar por la calidad en las artes para nutrirnos de una esencia más humana, revitalizar corrientes en las que se rebelaban contra un sistema sin vida abocado a una extinción del espíritu que nos diferencia de cualquier otro animal en la Tierra. Quizá sea eso lo único que necesitamos resucitar para volver a existir.

Por último, mencionar en el apartado de la lucidez lo referente a lo cíclico en las sociedades y civilizaciones. Si todo se repite, ¿por qué nadie cambia el rumbo de este desastre que aparece de nuevo en un bucle determinista que tenemos que acatar y aceptar resignados? El fin de la civilización ya lo hemos alcanzado, estamos sentenciados a ser los últimos testigos de una sociedad condenada a desaparecer desde el desastre del desarrollo exponencial de las tecnologías que nos abruman al individuo promedio en resultados absurdos y no aprovechados para ser mejores. ¿Quizá fue eso lo que pasó en Mesopotamia, en el Antiguo Egipto, en la civilización maya? Jamás lo sabremos, todo son conjeturas que deberíamos abrazar para no repetirlo.

Decálogo de Nepentas y Amnesias. Capítulo IV. Angustia.

 ANGUSTIA


… donde se desglosa cómo la angustia existencial forma parte de nuestro devenir, de nuestro espíritu taciturno, implosionando en su propia magnitud. Termina expresando que el ser humano, ser consciente, ha de aprender a convivir con la auto-ausencia que nos consume y devora en leves lapsos de arrebatos de confusa realidad…


Una marabunta de falta de oxígeno que te desarraiga sin reconstruirte. Una sensación de inestabilidad propiciada además por este inconstante devenir, impreciso. Por esta incertidumbre atroz que te lleva a sucumbir en un mar de no reflexiones. Letargos favorecidos por la necesidad de no pensar, tal es la situación allá afuera de tu cráneo. Devastados por el crimen de lo efímero, de la rutina que arrastramos sin asimilarla, sin resumirla al cabo de la noche. Si no hay quietud no puede haber un mínimo de equilibrio silente, y esa vieja obsesión de tumbarse en vela cuestionando la realidad es sustituida por el cansancio del mundo líquido incapaz de solidificarse ni un instante. Nada permite el reposo porque todo está en continuo movimiento, como el interior molecular de una fragua. Esta absurda manía plástica de los excesos es el detonante más exacto de la crisis del tedio vital, de la angustia existencial. 

El fin al que estamos destinados justifica los miedos, que son los medios para no llegar a nada, para encerrarte en un caparazón de preguntas sin respuesta. Angustia cíclica como una marisma de agua roja desbordada en una tierra yerma de esperanza. Es ahogarse en bucle. La enfermedad del siglo de las nepentas es la ansiedad, pues imponemos a nuestro espíritu, como si fuésemos vulgares sátrapas, una ausencia continuada que termina por no encontrar la salida, reiterando la angustia cósmica de no poder ser. Como vivir en un oscuro sinsentido y de repente despertar, acostumbrar la vista a la confusa realidad que ya ni recuerdas porque hace millones de años que no te paras a reflexionar.

Quizá la angustia era una forma de ser en el Romanticismo. Ahora se considera una enfermedad porque consiste en hundirse en el pesimismo más bien crítico, en los vaivenes del devenir. 

Si el pasado era incierto por las preguntas siderales sin respuesta que se fueron resolviendo con los avances tecnológicos, el presente es aún más aleatorio por la infinidad de cuestiones y teorías que surgen paradójicamente a través de esas lentes de la evolución. Si antes la angustia se reducía a una vía láctea sin idea dimensional, ahora la angustia se multiplica exponencialmente ante el descubrimiento de un universo con unas escalas inconmensurablemente indescifrables. 

La angustia del nuevo siglo se basa en la cantidad de conocimientos que podríamos albergar y que sin embargo, preferimos no investigar ante el vértigo de asomar demasiado la cabeza y caer en un abismo sin salida. Es una angustia color ocre al percatarnos de la mediocridad del ser humano. Al ser conscientes de nuestra contingencia universal absoluta. Al ser derrocados de ese antropocentrismo renacentista. Parece una cuestión ya olvidada, pero es ahora cuando repercute en nosotros más que nunca, es ahora a través de los siglos cuando lo asimilamos, como cualquier cambio evolutivo que requiere de tiempo y espacio. 

Relatividad y Mecánica cuántica extrapoladas al mundo que nos rodea. Todo puede ser todo y a la vez nada, ¿cómo no sentir una angustia que pesa más que una cruz portada en tus hombros para dirigirte hacia tu propia muerte? La soledad, las relaciones, la sociedad, todo es una masa informe que en estos tiempos de esclavitud de tiempo, nadie analiza de forma eficaz sino sesgada y prejuiciosa. Incertidumbre y mentiras son el resumen del siglo de las nepentas y la amnesia, todo tan relacionado entre sí que buscar su significado llevaría siempre implícito restos del otro concepto, como intentar despegar un chicle de una tela. 

Por esto la angustia no tiene definición, ni mucho menos solución. Se puede entender que quizá nuestra absurda necesidad de definir todo lo que nos rodea para sentirnos seguros, solo consigue que el peso de la definición derrumbe todos los conceptos, huérfanos de un esqueleto que los mueva. De esta forma todas nuestras creencias e ideas se tambalean llevando al desastre mental, a las quimeras de la percepción, al tedio vital.

Decálogo de Nepentas y Amnesias. Capítulo III. El individuo y la soledad.

 EL INDIVIDUO Y LA SOLEDAD


… donde entendemos que en nuestro siglo, sembrado de un lenguaje numérico de creaciones digitales, la soledad nubla, pisa y arrastra al individuo, que llega a confundir la soledad propia requerida por el espíritu con una soledad obligada e impuesta por la sociedad. Se analiza en este capítulo el abismo que nos separa entre la realidad informática y la ancestral, natural y arraigada realidad interior del antiguo ser natural que aún nos habita cuando cerramos los ojos y abrimos la vista. La incomprensión aflora y no somos capaces de entender que el aislamiento es común a la humanidad, y aunque la gran masa lo mitigue con lo perecedero, siguen soñando cada noche...


A veces se nos olvida lo necesaria que es realmente la soledad. Pero ese no es el problema del nuevo siglo del ruido, el verdadero caos acuciante que lleva a un vacío existencial en las almas que saben ahogarse por decisión propia, es el miedo a olvidarlo para siempre. 

Actualmente no tenemos tiempo de estar solos con la voz de nuestra conciencia, con la voz de nuestros instintos, la voz de la quietud. Las redes nos atrapan, no nos permiten estar solos. Quince segundos de soledad, suena una notificación que nos distrae de la evasión, la cual dejamos atrás por miedo al abismo de conocernos. Caemos en la red y naufragamos en ese confort de no pensar, de no sentir, de no asimilar. Tras minutos de pérdida de realidad volvemos a esa intermitente soledad de quince segundos hasta que la campana nos vuelve a salvar del naufragio en los adentros. Claro, para muchos ese ruido decrépito que sale del rectángulo absurdo de colores del nuevo siglo, significa la salvación, sin entender que gradualmente sus almas se pierden y se olvidan de sentir y de analizar.

El individuo solo es individuo cuando asimila la soledad y la requiere como algo propio y necesario. Perderse en lecturas inmortales de genios que paladearon la soledad, es otra forma de soledad indirecta, hoy también perdida. Y no es cuestión de tumbarse en la escarcha de los pensamientos propios del noctámbulo  existencialista, no. 

Lo que se defiende en este punto es hacer un embudo de evasión en el que saltar y perderse cada día con el fin de escuchar la voz interior amplificada. Perderse, pero salir para vivir de una forma purificada. Catarsis tras el embargo de la distópica realidad al borde del precipicio de lo siniestro y aterrador que implican la falta de cultura y de valores. 

Pero la gradualidad del Apocalipsis no permite ver con claridad, aunque quizá ni con letreros fluorescentes y luminiscentes señalando el peligro del fin de la cultura, sería el ser humano capaz de darse cuenta del vacío cada vez más grande que asola su interior por falta de auto escucha. La soledad significa reflexión, abstracción, lo cual no quiere decir que tengas que estar en un espacio sin gente, sino que esta cavilación puedes practicarla en cualquier espacio. En cualquier medio de transporte concurrido puede discurrir el pensamiento como la invasión de una marabunta, e ineludible es para el espíritu perseguir ese pensamiento líquido que necesita ser leído y analizado, solidificado y no convertido en gas invisible que se evapora y desaparece. Cierto es que la naturaleza y la soledad más pura en todos los sentidos ayudan a que la quietud te embargue. 


Quizá sea una teoría no apoyada por una base científica, pero me arriesgaría a firmar aquí que la carencia de sensibilidad estética se basa en una falta de autoanálisis, de autoconocimiento, lo cual a su vez conduce a la guerra con uno mismo y con lo que nos rodea. Si observamos atentamente a nuestro alrededor, el extremismo está cimentado por una egolatría sin precedentes. Nadie atiende a razones y todo es blanco o negro, los justos medios quedaron en tiempos lejanos solo capturados en los libros amarillentos. Sociedad que reside en diversos basureros pestilentes y sucios de palabrería. 

Tanta relatividad extrapolada a la cultura lleva al desastre, plomo chocando contra cristal hace menos ruido que ese gallinero egocéntrico sin criterio ni juicio. Porque ahora la norma del gusto no se basa en la ciencia de la perfección, ni en la pureza del significado, ni en cómo el alma crece y se redime ante las crisis humanas a través de una mínima molécula de cultura, de goce estético… Ahora la norma del gusto se cimenta en esa absurda relatividad de no esforzarse. A esa masa superflua, no le agradan en absoluto esa canción, ni esa poesía. Su problema es la falta de sensibilidad ante lo que siempre fue humanamente bello por generaciones. Su problema es que no se esfuerza en buscar lo que no entiende, en aprender algo nuevo relacionado con la cultura. Su problema es que lo fácil es su único horizonte. A veces hay que atravesar clavos hirviendo para apreciar la belleza, para decir que has llegado a los límites desconocidos del caos y que has logrado ver a través de la ceguera en los campos del verdadero goce artístico. 

Entendemos que habría que llevar a cabo un arduo estudio a través de todas las generaciones para de verdad afirmar que en situaciones de alarma, como la que hemos vivido recientemente (tanto por la pandemia global del Covid-19 como por la cada vez más tangible falta de cultura), es cuando la mecha se enciende para unos pocos cráneos privilegiados. Es en ese momento, cuando surge una nueva generación dispuesta a masacrar con palabras a las sabandijas sin talento que se extienden con inquina rapidez por el lucro, apología del capitalismo, Calibanes esperpénticos que se revuelcan ansiosos en la lujuriosa caricia del capital, se retuercen por dos monedas para apoyar a ese capitalismo que renace en cada palabra que escriben. 

Y así cíclicamente. Palabras desnudas de sentido por el beneficio económico. 

Árboles en descomposición talados para ser rellenados por esas miserables historias, por esas asquerosas reflexiones que insultan al intelecto y que no aportan nada al espíritu. 

Y de nuevo, falta de soledad para analizarnos y para estudiar con reflexión dogmática la sociedad que nos rodea. Cómo no sucumbir ante este inerte mecanismo manipulador de Sodoma y Gomorra. Estamos abocados como individuos a la muerte del alma si la masa consumista nos asfixia con su propaganda vomitiva, si nos conduce a su retrete lleno de excremento y nos impone sus reglas. La distopía es precisamente este momento, siempre hemos vivido en la matrix, pero hemos tocado fondo en la ignorancia.

No es casualidad que todos sintamos un vacío si nos paramos unos minutos a pensar. Es normal sentirse perdido en una masa áspera que no permite un paso atrás, mundo líquido de presentes y sin parada para tomar aire. Si paras, te sales de la ruleta rusa que nunca deja de girar, cada vez más rápido, con más balas en su interior. La angustia existencial se permitía en otros tiempos, ahora vivimos en el siglo de la ansiedad sin motivos aparentes. No puedes evitar sentir que el mundo te pisa los pies, que la ansiedad te arranca todas las arterias de un solo movimiento. No lo puedes evitar porque nuestro ritmo de vida no puede seguir los pasos del capitalismo sin frenos, y nosotros, no podemos bajar de la ruleta. Somos como un hámster que gira sin saber a dónde va, solo giramos y nadie se atreve a pararlo, a bajar. Quizá muchas personas que antes sufrían ansiedad por la disparada velocidad del tiempo fugitivo, durante el eterno confinamiento sintieron un desahogo, un descanso para el alma. Sintieron que de nuevo el reloj marcaba su propio ritmo. La soledad se pudo sentir y quizá no fue tan malo si nuestras acciones previas seguían la senda ética y cívica para con el resto de seres naturales de este planeta.

Perdonad si todas estas cavilaciones resultan desordenadas, pero la realidad en la que vivimos se mueve exactamente en estos derroteros disfuncionales.

Para finalizar con el apartado de Individuo y Soledad, quiero añadir una pequeña angustia que me hiere sin remedio, me desgarra. La sangre ya brota hasta el punto de saberme muerta precisamente por estar perdida en algún momento del pasado que necesité pensar y que, por la velocidad vertiginosa de mi mundo, nunca pude llevar a cabo. Esto supongo requiere una introspección bastante analítica de uno mismo y no ha sido hasta hace pocos días que he descubierto a qué se debía esa sensación de no poder sentir nada, de dirigirme como un autómata a resolver las cuestiones mundanas que me surgían sin pausa. 

El problema surgió con el exponencial crecimiento de las potencias capitalistas trasladadas al mundo virtual. Esta nueva estrategia como forma de vida se instala en la rutina a través de un agresivo marketing mercantilista y materialista, como si fuésemos prisioneros de guerra y nos llevaran contra el paredón para ametrallarnos no con balas, sino con algo peor: consumismo en nuestro cráneo. Nutridos de lo efímero y obsolescente y olvidados de lo trascendental, de la pausa, del análisis. Lo cultural da un paso sin retorno hasta lo productivo. Entre ambos pasos un volcán entrando en erupción, como en esa literatura distópica en la que nadie se acuerda del pasado humano y solo recuerdan las nuevas leyes absurdas que subrayan una rutina ya empolvada con un hábito irreflexivo y crónico hasta el averno. 

Era necesaria una pandemia para reiniciar el sistema. Era necesaria una cuarentena para pausar este vertiginoso caos de valores en ruinas. Y sin embargo, con el tiempo, te das cuenta de que todo sigue igual, la caída de nuestra civilización es cada vez más inevitable. ¿O ya ha caído?

Decálogo de Nepentas y Amnesias. Capítulo II. Relaciones

 RELACIONES 


…donde se analiza cómo dos individuos han de basar toda su experiencia común en un crecimiento absoluto y gradual de sus almas en la existencia. Si se diese el caso de una relación superficial, donde lo profundo del pensamiento queda latente y se pierde en el infinito de la oscura soledad de los adentros, esa relación habría de ser desechada para encontrar un alma afín con la que seguir expresando lo eterno. En este apartado se analiza un concepto que acecha con crueldad como una estaca en el centro del corazón, un concepto que se relaciona con el amor propio, subyugado al gigante que llamaremos “Tóxico”. Se tratarán otras cuestiones: orgullo, radicalismos, posesividad…


El siglo de la neolengua, que es ya arcaico, con cierto aroma a naftalina, aroma a ancestral cueva, peste a ignorancia anacrónica subrayada con un feliz orgullo de carencia de atributos culturales. Así funcionan las relaciones entre las personas, con el cuidado más absoluto de buscar cada palabra propicia para evitar ofender a una minoría que en realidad es ya mayoría, es decir: la masa de los agraviados, los falsos protectores de aquellos que también tienen voz. Todo se convierte en un circo, en un disparate ambiguo, en palabrería barata, charlatanes que solo predican con ese odio de una injuria irreal. Desprecio hacia todo lo que tenga que ver con el doble significado de palabras que no siempre ofenden, no siempre tienen una lectura innecesaria entre letra y letra, un análisis de quién lo escribe sería suficiente para saber lo que significan. Este Calibán que aprovecha su argucia bañada de palabrería, despierta casi de forma arquetípica una caja de Pandora repleta de fechorías y rencor hacia cualquier ser humano que piense o argumente de forma diferente. Curiosas las relaciones del siglo vacío, alimentadas y cimentadas por esa unión con argamasa de auténtico rencor.

 Masa que se une para odiar “en nombre de la igualdad”. Curioso al mismo tiempo es ver cómo se mantienen en una ignorancia virgen, como niños recién nacidos, tabula rasa, hasta el momento en el que alguien (el Calibán y los medios) con más poder de odio comienza a remover esa emoción criminal, dando vueltas y vueltas como si se tratara de una poción de nepenta. Sutilmente, esas redes en las que la masa está atrapada como extraños insectos aferrados involuntariamente en la tela de araña de un ser vivo más inteligente, comienzan a viralizarse (término perfectamente acuñado en esta cuestión concreta que nos atañe): Solo necesitan esa pequeña mecha para hacer estallar la dinamita, causando tantos daños como una bomba atómica.

¿Y qué son las relaciones? Ya no existen si no hay tecnologías que lo registren. ¿De qué color son los ojos de la persona con la que hablas? ¿Cómo voy a saberlo si se me ha terminado la batería de este aparato muerto pero con más vida que yo? ¿Cómo voy a preguntárselo por Whatsapp, o cómo voy a mirarlo en las redes sociales si ese maldito móvil no se enciende? La inteligencia artificial ya es la única que nos queda. ¿Y qué pasó con el Sapere aude? ¿Pero no estáis auténticamente desconocidos? En tan poco tiempo y la sociedad ya no es. Ya no existe. Nos olvidamos de sentir, nos olvidamos de tener criterio y juicio. Nos olvidamos de relacionarnos de forma sana. 

La estulticia apuñala sus almas, les tortura, obligándoles a mirar una pantalla iluminada de colores, como si en ella residiera la fuente de la vida, el sentido de la realidad. Da igual, al final la nepenta regresa a su paladar, la regurgitan como rumiantes inconscientes, y así funcionan las relaciones entre las personas. Caótico debe ser el desorden de ideas alquiladas a sus autoridades del raciocinio y el juicio, autoridades que subrepticiamente entran en sus mentes sin criterio, con mentiras del tamaño de Polifemo, y con la argucia del odiseico protagonista. Así, subliminal, la obsolescencia de las nuevas tecnologías (no solo en utilidad, sino mismamente en antigüedad, en moda), es extrapolada a las relaciones humanas en este nuevo siglo que arde de ignominia. Necesario apuntar que esta obsolescencia es en otros términos lo que se conoce como “tóxico”, palabra acuñada y tan empleada en el siglo de la estulticia, que ya es una forma de relación normalizada. 

La obsolescencia del cansarse de una persona como de un objeto, y tener que cambiar sin pararse a sentir, y mucho menos pararse a entender al otro. La obsolescencia de buscar una red social en la que conseguir relaciones espontáneas y sin ninguna duración en el tiempo, vacías, basadas en lo físico, superficialidad diseñada para el goce estético puramente sexual. Así logran que nos perdamos en la más decadente miseria. Por si fuera poco, la falta de empatía en esos ojos vacíos y sin brillo que se pierden en lo puramente animal e instintivo, ¿de qué sirvió toda esta evolución? Si la función hace al órgano, nuestro cerebro está en proceso de retroceso de forma vertiginosa y casi ridícula. Es triste ver cómo se devoran, atendiendo a su pura llama obsesa por acumular números en lugar de aspirar a nuevas experiencias y saberes que puedan llenarles de forma recíproca. ¿Y si hacen daño al otro, qué más da? Incluso a veces ese parece su única e ilegítima aspiración desde luego poco noble y fuera de todo ápice de humanidad. El dolor no es malo en sí, pero provocarlo en otro es de merecido castigo. 

Es muy común la cuestión de no pararse a pensar unos segundos antes de realizar cualquier acto, antes de expresar cualquier banal opinión. Vivimos en tiempos en que cada segundo es oro, y por no saberlo administrar, lo convierten en chatarra, en calderilla, con cada palabra mal dirigida. 

Así funciona esta nueva sociedad de nepentas y amnesias… Se les olvidó pensar en lo fundamental por acumular una escombrera de medallas hechas con sus propios detritus. Ego colonizador basado en el marketing para clavar su bandera de sangre en todas esas mentes débiles, influenciables y crédulas. Esa necesidad de líderes en nombre del odio. ¿Y el amor, dónde está?

El amor se perdió cuando apareció esta realidad de las redes que atrapan y pudren el alma. Está instaurado de tal forma que es tan normal como puede ser una religión, pero es igual de absurdo, de inicuo, de subyugante. El gregarismo bovino, el actuar atendiendo a un mandato, ya sea instintivo sexual o bien tecnológico del control, del confort. Esa comodidad en la que la rebeldía dejó de existir en detrimento de la posesión, del materialismo. Ropa cara, tecnología que caduca y que sin necesidad cambian como vacíos envases que rebuznan orgullo de riqueza material. ¿Cuándo se ha visto esto? 

Progreso técnico, decadencia moral. Se cansan del móvil antes de estrenarlo, fugaces imágenes se vuelcan en sus pupilas sin asimilar absolutamente nada, se cansan de la persona antes de conocerla, fugaces personas del sexo que les atrae desfilan ante sus pupilas en discotecas, en bares, en lugares donde gran parte de las personas se degradan, donde se disipa la moralidad. Y así, se cansan del objeto, lo renuevan; se cansan de una persona, la sustituyen. Obsolescencia de la carne, pero sobre todo del alma.

Y siempre, todos los capítulos de este pequeño opúsculo, nos conducen a la realidad del gusto estético que hiede a ergástula y que nos envuelve con más precisión que la capa de ozono, esta última también devorada por los impulsos maquiavélicos del consumo, el excedente y la producción súper masiva alabados y requeridos por la población.


Decálogo de Nepentas y Amnesias. Capítulo I. Sociedad.

 SOCIEDAD 

... donde se analiza desde fuera cómo la masa extremista destruye al individuo, convirtiéndolo en monstruo sin criterio en su individualidad. El aislamiento derivado de la realidad externa alaba al conjunto, en detrimento del pensamiento individual, que deja de existir en una nueva y moderna crucifixión. El todo es venerado frente al juicio y pensamiento único. La única realidad es el clon social.


Del siglo de las luces al siglo de las quimeras. No todo fue como nos llega, pues lo que queda, lo que permanece, es lo bello y lo aterrador. Del pasado nos llegan dualidades, pues las existencias vulgares, lo normal, lo prosaico, todo ello se difumina hasta perderse en el tiempo, como la tinta en un viejo libro que con los siglos, termina no diciendo nada habiendo sido pura sabiduría y enseñanza. Sin embargo, en estos tiempos, ¿qué legaremos para que nuestros sucesores nos alaben en detrimento de su presente mismo? Nos queda el arte, pero en decadencia, terminará transmitiendo lo mismo que esa tinta ausente en el libro ya blanco de ideas. Lo clásico fue lo auténtico, y el concepto se transformó oscureciéndose gradualmente. Sin duda, el arte de cada sociedad, de cada época, es un reflejo de los ideales, de la profundidad y trasfondo de las personas que lo crean y lo consumen. Este último término nos lleva al trampantojo inerte del consumismo, el materialismo, la pura y banal irrealidad que supura obsolescencia y superficialidad hasta que las convulsiones llevan a una muerte hedionda. La peste también está en nuestro siglo, pero las bubas contienen males bien merecidos, quizá conceptuales, pero que se almacenan y perpetúan hasta extinguirse en una decadencia de la que jamás recuperar un ápice de sabiduría. 

La masa: La pseudomodernidad de lo pseudoprofundo y viceversa. Sociedad en caos infinito de empatía hacia el ser vivo en general y hacia el prójimo en particular. Siempre, nuestros queridos, venerados contemporáneos, absurdas marionetas vacías en la cúspide de la estupidez, la estulticia que se aplaude, rebuzna, que se revuelca en mierda, que se regocija en su ausencia craneal, que se jacta y vanagloria del triunfo de la suerte, del triunfo de la necedad, la ignorancia, la locura, que amanece mirándose en un reflejo sin vida, que se repite cada mañana que ha de seguir siendo masa, rebaño, oveja sin pensamiento… Siempre, volviendo al tema, se ocupan de la impresión que causan y no se preguntan, no tienen ni la más mínima curiosidad por preguntarse, ni el más mínimo interés por cuestionarse por qué el mundo que les rodea oscila entre la destrucción de lo individual y la ruptura de lo colectivo. O lo que es lo mismo: ego en masa, la ignorancia propia es la superior. 

En este siglo si en algo hay que destacar es en esta necedad sin antecedentes, y para ello necesitamos la verdadera bomba atómica de la voluntad y la reflexión, las redes de lo efímero tejidas por lo más vacuo del ser humano, es decir, las pantallas sobre las que volcar la vista, el tiempo, el espacio, sobre las que volcar la humillación superlativa. Pantallas cuya gravedad es tan infinita como la colisión de dos agujeros negros supermasivos. Gravedad que atrae a las mentes hasta vaciar y dejar un único contenido que es la cárcel de nuestra existencia. Así, las pantallas sirven a esos adeptos extraños para entregar también su cuerpo, sin ver que su alma fue también absorbida sin ningún miramiento, arrancada del cuerpo, salpicando salvajismo dentro de una sociedad supuestamente civilizada. Ahora los seres humanos están en pantallas, son las pantallas, es el siglo del Apocalipsis, quizá deberíamos pedir una prórroga, una redención por el pecado del talento malgastado, de la apología de lo inconmensurablemente absurdo, de la vergüenza ajena como bandera y dios del individuo sin ninguna individualidad. Siglo del clon sobre el pensamiento crítico. Siglo de la copia de la copia de la copia. Siglo de la decadencia del criterio estético. Siglo de las pasiones sobre lo efímero, están auténticamente vivos en lo carnal, puro instinto animal, y sin embargo sus miradas están perdidas, sus gestos son funestos y torpes, sus inclinaciones son vagas y superficiales, banales. Autodestrucción, poder, corrupción. Odio, extremismo. Vivos, pero con una existencia sin ningún sentido. Solo están de paso, la huella pisa sobre brea ya seca.

Esta incultura, a grandes rasgos, es el gran mal del siglo. No existe la exigencia, pues la pantalla, que es la diosa de esa masa antropomórfica, predica por lo confortable, por lo fugaz, por la absoluta y capciosa ignorancia. Esta pantalla es la nepenta que les hace felices porque la auténtica dicha es la pasión, la satisfacción efímera de los sentidos y nunca de la razón. Los esfínteres del autocontrol por emitir un juicio crítico se abren sin miramientos hasta convertirse en un absurdo cuadro del expresionismo abstracto de mierda descontrolada, con la misma pretensión de ser humano superior bajo una mirada bobalicona de asno.

Sin embargo, la excepción a estas generalidades, es decir, el individuo que aún respira a pesar del hedor de la masa, sabe que ha de sentir, sabe lo que ve, es consciente, limpio en su actitud devota hacia el verdadero arte, hacia el pensamiento profundo y reflexivo, asceta de la razón ilustrada y del arte perdurable, y sin embargo, no siente con la misma pasión que sienten esos borregos en masa, pues la razón se sobrepone al acto único de sentir. Como un lobo estepario que choca contra el hombre puramente sensitivo. Están más vivos los que no piensan absolutamente nada provechoso para su existencia y para el alimento de su alma, henchida de dolor inconsciente, y famélica de conocimientos, de cultura. Más vivos, pero con una existencia sin ningún sentido. Solo estar de paso, la huella pisa sobre brea ya seca.

Así la humanidad tiende al salvajismo, la civilización que costó tantos siglos de luces, sombras, filosofías y reflexiones, vuelve, cíclicamente al origen más vulgar y animal, iracundo y bélico. Ahora el ser humano vuelve a la cueva donde solo las sombras pueden ser analizadas bajo un prisma de irracionalidad y retroceso. El análisis se reduce a lo empíricamente demostrable, no hay axiomas, ni premisa, base de la ciencia. Solo existe lo absoluto, la única razón pura válida es la suya sin posibilidad de discusión. ¿Qué nos queda? Instinto animal, ferocidad sin argumentos, la palabra se apoya en la falacia, propia del hombre genérico medieval.

Si todo es cíclico, pronto volveremos al punto del origen de la evolución mental, pues en esta actualidad aún no hemos llegado a monos erectos, aún no ha nacido la vergüenza, el ridículo puede ser observado por algunos que aún son conscientes del conocimiento divino, pues en todas sociedades siempre quedan gentes adelantadas o quizá atrasadas a su tiempo, dependiendo del punto del círculo que tengamos en cuenta. 

La angustia, la ansiedad, el tedio vital, la depresión, son las enfermedades del siglo, y sin embargo, solo lo experimentan las minorías cuando el diagnóstico es la misma existencia. Pero es fruto de la incomprensión cuando no hay motivos que las expliquen. Sentir la existencia goteando mil veces por segundo y sentir cada eco en el interior lleva al hombre pensante a sucumbir ante una sociedad psicológicamente vacía y líquida. En estos últimos solo queda la desconfianza, la incredulidad, mientras la ingenuidad persiste cuando se trata de ese gran hermano que les vigila y controla, esa pantalla con un fondo de primavera que oculta fríos cables sin expresión. 

A veces quieres gritarles, llamarles a voces a través de esos ojos vidriosos que no ven, de esos oídos que jamás escucharon. Normal, quizá haya demasiado ruido en esta onírica realidad de trampas y trampantojos. ¿Por qué están muertos? Nada late en su interior. Y parecen más vivos que cien huracanes. Podría tratarse de una fase, pero es una farsa del positivista que solo ve la vida como una primavera sin complejidad.  La falacia del doblepensar, del doblesentir no argumentado. No quieren entender que se ha de sentir la existencia como un otoño… Pero en el siglo de lo fluido, de las caretas de silicona con una falsa sonrisa clavada en el rostro sin expresión, esta realidad ya no se puede contemplar en su absoluta y sublime magnitud de claroscuro… 

¿Y no es triste que el criterio también esté acurrucado en las garras del conformismo? Las garras en las que yace el pensamiento ajeno, y así funciona nuestra sociedad, el ser humano promedio, el que no intenta destacar y cuya única misión en la vida es el dejar pensar a otro con el fin de fomentar el desuso de las neuronas aún empaquetadas en su envoltorio original. Apología del juicio conformista, beben de esa nepenta engañados por los medios (y por individuos con buena oratoria pero sin ningún sentido en un discurso falaz disfrazado de lucidez). La necesidad de crear autoridades del vacío. Autoridades que nos representan como sociedad, es decir, autoridades sin criterio, sin imaginación ni inteligencia, sin cultura. Eso, por supuesto, lo busca la masa, como si se tratara de un complejo de inferioridad y tuvieran la santa necesidad de elegir el triunfo del babuino más absurdo y prosaico.

Lo elevado se quedó atrás en el tiempo, quizá en algunas ocasiones demasiado abigarrado, o superficial, pero al menos predominando el valor por el criterio y los buenos modales. El respeto por la educación, por el buen hablar, el buen vestir, el buen escuchar. No es cuestión de sentar cátedra. Es cuestión de ser un poco práctico y no dejar que la cultura sirva de alfombra ante una sociedad desgastada antes de haber empezado a atreverse a saber. 

miércoles, 27 de agosto de 2025

LOS FUEGOS DE CASTILLA Y LEÓN (Y DE ESPAÑA EN GENERAL) ESTÁN PROVOCADOS POR MAGNATES QUE QUIEREN EXPLOTAR NUESTROS YACIMIENTOS DE MINERALES ESTRATÉGICOS.

 ¿Por qué los poderes dominantes no tienen en cuenta el impacto medioambental y de calidad de vida a largo plazo? ¿Por qué no volvemos a un modelo de vida menos capitalista para permitirnos a todos la supervivencia de calidad en lugar de destrozar el planeta extrayendo los minerales estratégicos? Es absurdo, todos los suministros terminarán agotándose más pronto que tarde con estos niveles de consumo exponenciales y después ¿de qué les servirá todo ese poder, de qué les servirá manejar el mundo buscando el mal si es muchísimo más inagotable hacer el bien?

El litio (Zamora, Salamanca), necesario para fabricar baterías, ha empezado a escasear este año, y la demanda aumenta precisamente por la novedosa moda de intereses de comprar coches eléctricos, que en su elaboración contamina más que un coche de gasolina (el etanol también es biocombustible, la doble cara).

El tungsteno o wolframio (Zamora, Salamanca), tiene un punto de fusión muy alto y se utiliza para hacer máquinas de rayos x y otros elementos con altas temperaturas de aleación. También para tintes al ser su óxido azul, y para herramienta de corte debido a su gran dureza.

El famoso Coltán (abreviatura de Columbita y Tantalita), que a todos nos recuerda a las minas del Congo donde los niños trabajan bajo el yugo de la esclavitud para poder fabricar los móviles que cambiáis cada año (sí, también somos responsables), también se encuentra en Salamanca, y la expansiva explotación lleva al absoluto desgaste. Les interesa por su resistencia a la corrosión, a las altas temperaturas (turbinas, industria aeroespacial, reactores nucleares), su capacidad para almacenar carga eléctrica, lo cual lleva directamente a la industria de microchips y en general, la industria tecnológica).

El estaño (Salamanca, Zamora) es un metal moldeable y blando. Tiene innumerables usos, revestimiento de latas de conservas, plásticos, envases, cañerías, vajilla, vidrio, incluso podemos encontrarlo en pastas de dientes, en alimentos al estar tan presente en los suelos... En su aleación con el Cobre se fabrica el Bronce.

Uranio (Salamanca). No hace falta decir mucho acerca de este elemento natural. Pero sí que se podría tener en cuenta una cuestión polémica: ¿No sería mejor una central nuclear que millones de molinos de viento que están destrozando la fauna de nuestra comunidad? Si no hay negligencias sería mucho más útil y potente y el impacto sería menor. En el sur de Francia también hay centrales, y por el momento no ha habido consecuencias catastróficas, que recuerdo que afectarían a toda la península (si recordamos Chernobyl).


NO ES ECONOMÍA DE FUTURO, ES DESASTRE MEDIOAMBIENTAL EXTREMO! NOS ESTÁN MATANDO CON SUS MENTIRAS POR INTERESES DE PODER.

Esta noticia es de 2023, pero es extremadamente reveladora: 

Riqueza de yacimientos en Castilla y León

Tungsteno, el metal más refractario de la Tierra

Guerra del Coltán

Uranio

La verdad sobre las fuentes de energía



viernes, 6 de junio de 2025

 En los últimos tiempos la hostilidad forma parte de lo que ya no es humano.

El trato que he sufrido durante todo este tiempo dentro de mi ámbito laboral-personal me ha llevado directamente a romper con ciertas estructuras, con ciertos patrones.

Recientemente, incluso aún queriendo desvincularme de ciertas personas de la industria, he notado cierta persecución laboral que en estas últimas semanas se ha trasladado a lo personal.

Me gusta escribir, sin alardear de ello, porque simplemente lo veo como mi forma de expresarme, de ahondar en ciertas cuestiones que me afectan, en ciertos anhelos, nostalgias. Es la forma de ordenar el pasado que se encuentra encerrado en cajas inaccesibles.

Hace pocas semanas alguien consiguió entrar en mi ordenador y en mis archivos de Drive. Por mi propia cuenta no puedo averiguarlo, y sin embargo, ayer descubrí que el archivo que pertenece a mi proyecto personal, un largometraje de ficción basado en una situación real vivida en mi infancia y analizado a través de la dualidad entre mi yo infante y mi yo adulta, fue abierto por una persona cuya cuenta fue borrada posteriormente, a juzgar por el intento de contactar a través de correo electrónico. 

Otro guion también fue abierto, y me gustaría dejar constancia de este último, ya que fue de mis primeros guiones, cuando aún me gustaba escribir con anotaciones técnicas, que en la industria cinematográfica tienden a rechazar. Este guion es meramente un ejercicio de creatividad, no hay tanto de mí que no pueda ser compartido.

Aunque ya está registrado, me gustaría que fuese público, con el fin de demostrar la persecución en la que me estoy viendo arrastrada y que directamente está afectando a las cuestiones creativas más profundas, y por ende, a mi salud mental por todo lo anteriormente mencionado acerca de lo que significa para mí la escritura.

Obviamente el guion del largo no lo puedo compartir por cuestiones de interior, si alguien plagiase esta obra, será denunciado inmediatamente. Todas mis obras están registradas y no tengo ningún problema de entrar en juicios con quien fuera necesario en una situación tan grave como esta.


Las máscaras terminan cayendo.

Este guion reflexiona acerca de las tecnologías que nos consumen, de la alienación que nos entierra bajo una pesada manta de inconsciencia:











lunes, 24 de febrero de 2025

PESADILLA - CUENTO INFANTIL

Menos mal que el pequeño Pepillo se dio cuenta de que todo había sido un sueño. Todo estaba del revés, en casa tenía que reñir a su mamá y a su papá, pues tardaban en despertarse, y se pasaban la mañana llorando porque no querían ir a trabajar, no querían bañarse, ni lavarse los dientes… y para vestirles había que invertir un montón de tiempo. Pepillo les pedía que colaborasen, porque al final les tocaría ir igual al trabajo, ya que era su obligación, y que lo entenderían cuando fuesen niños responsables como él. Aún así, había que cambiarles de ropa, porque se manchaban todo el rato con las tostadas de mantequilla y mermelada tan ricas que Pepillo les había preparado con tanto cariño. Pepillo estaba cansado, cada mañana le pasaba lo mismo, y no entendía por qué tardaban tanto en aprender.

 Cuando por fin lograba que su mamá y su papá se montaran en el coche, Pepillo también tenía sus obligaciones, todos los días de Lunes a Viernes, tenía que acudir al cole, y no faltaba casi nunca... Pero hoy también estaba todo diferente, y no solo en casa, sino que allí también tenía problemas, ¿por qué estaban los adultos tan raros? Esta vez era la maestra la que se portaba mal, y desde que sonó el timbre, corría por la clase, hacía dibujos en la pizarra, lanzaba papeles arrugados a los compañeros… y lo peor de todo, no les enseñaba la lección del día. Justo hoy, que tocaba el tema favorito de Pepillo: los animales invertebrados. Pepillo decidió tomar medidas y ponerse serio. Levantó la mano, porque era un niño muy educado, y le pidió a la maestra que si podía dirigirse a hablar con la directora acerca de su comportamiento reprensible y tan poco responsable. La maestra, en lugar de darle permiso, le hizo burla y se tiró al suelo, ensuciando sus pantalones, pero no parecía importarle. Claro, como no lo iba a lavar ella. 

Aunque la maestra no le dio permiso para salir del aula, Pepillo decidió tomar partido por su cuenta, y dirigirse por sus propios medios al despacho de dirección. Cuando entró, no podía salir de su asombro: la directora estaba jugando, haciendo una pirámide humana con el resto de maestros y maestras que hoy no habían ido a dar clase a las aulas y con otros adultos que no podía reconocer, pero que claramente, tampoco habían acudido hoy a sus puestos de trabajo. La directora, quien propuso el juego, se reía mucho por su ingenio, ya que era una pirámide que iba de mayor responsabilidad a menor responsabilidad. Ella se encontraba arriba del todo, en la cúspide, ya que era la que más mandaba, y abajo del todo estaban los obreros de la construcción de la casa de su amigo Josete. Su padre siempre le decía que los obreros eran los que más trabajaban y los que más palos recibían. La maestra no quería jugar con otros adultos, como el alcalde, o los presidentes de las empresas privadas, ya que si no ella no estaría en la cúspide, y era eso lo que la divertía por encima de todo. Pepillo se rindió, porque al llamar a la directora para sancionar a su maestra, esta solo se reía más. 

Pepillo confesó al contar el sueño a su mascota, la tortuga Susana, que le dio mucho miedo, porque la risa de la directora parecía que tenía vida propia y se escuchaba distorsionada, como la de un monstruo gigante. Al ver que no recibía atención, Pepillo decidió volver a clase, dentro de lo malo, allí solo había una persona adulta, y no una pirámide con cuarenta adultos indiferentes a su presencia. Pepillo entró y vio a todos los niños indignados con el comportamiento de la maestra, ¡estaba jugando a la rayuela, que ella misma dibujó en el suelo de la clase! Pepillo y sus compañeros decidieron tomar represalias en el asunto, se reunieron en el pasillo y se dieron cuenta de que solo había una solución: llamar a los hijos de la maestra, y si no mejoraba su comportamiento, no podrían evitar expulsarla del cole, aunque eso les iba a doler más a ellos que a la misma maestra. Fue una dura decisión, pero tuvieron que llevarla a cabo. 

Pepillo fue designado el responsable de realizar la llamada a casa de los hijos de la maestra. Cuando se dirigió al despacho de la directora para realizar la llamada, los adultos seguían jugando, esta vez al zapatito inglés. Mientras les observaba, incrédulo, Pepillo introdujo el número. Después de un rato de espera, se dio cuenta de que los niños, al igual que él, también tenían sus responsabilidades, y en estos momentos se encontrarían estudiando en el cole (si es que sus maestras eran más responsables que la de Pepillo). 

Pepillo estaba triste y enfadado y pensó, dentro del sueño, en lo difícil que era ser niño y tener que lidiar con una maestra que entraba y salía de clase a su antojo, que iba a sacar punta a la papelera todo el rato, que tiraba cáscaras de mandarina a sus alumnos… Además, todos los días, sin parar, tener la obligación de cuidar a sus padres, con cuidado de que no se acercasen ni a la corriente ni al armario de los productos de limpieza. Por no hablar de tener que hacer la comida y fregar todos los días. Pero lo peor, era conseguir que los adultos le hiciesen caso. Siempre había que regañarles, y al final, volvían a hacer lo que querían, lo terminaban ensuciando y rompiendo todo y encima, no le dejaban dormir. 

Cuando volvió a casa todo estaba más extraño, más oscuro. Pepillo escuchó unas voces extrañas, y decidió quedarse observando detrás de la puerta. Sus padres se encontraban hablando entre ellos y el extraño comportamiento le aterró. Sus padres hablaban entre ellos, sí, ¡pero del revés!, no decían nada, o al menos, Pepillo no sabía todavía hablar ese extraño idioma. Además, se movían por la casa como si estuvieran flotando. Pepillo sin querer pisó una pequeña ramita que se encontraba enganchada en la parte baja de la puerta, y sus padres inmediatamente giraron sus cuerpos hacia el ruido. Cuando le pillaron espiándoles, fueron corriendo, o más bien volando, hacia él. Sabían que tenían que irse a dormir, y eso no les gustaba nada. Sus caras se transformaron gradualmente en extraños seres con dientes puntiagudos, como el payaso de la película que vio ayer por la noche, que su madre no le dejaba ver porque se haría pipí y tendría pesadillas. Pepillo aún así dijo que ya era muy mayor y muy valiente y que no le daban miedo esas cosas. 

Así fue como empezó a sospechar de que quizá todo lo que estaba pasando solo era un mal sueño, pero seguía estando aterrado por los extraños acontecimientos. El pequeño Pepillo empezó a hacerse pipí, y no sabía cómo ir al baño, porque estaba acorralado por los monstruos que habían sustituido a sus padres. Antes de sonar la alarma, Pepillo gritó, ¡por qué no puedo ser ya adulto! Se despertó, removiéndose inquieto y a la vez aliviado de ver que todo había sido una pesadilla. Pero le dio tiempo de ir al baño. Después fue corriendo a contárselo todo a su tortuga Susana.

lunes, 25 de marzo de 2024

JUAN CORTÉS

"¡Castilla! ¡Tierra bendita

que amorosamente guardas

las cenizas de mis padres

en tu seno sepultadas;

tierra donde tiene asiento

el hogar que me prestara

calor de tiernos cariños,

luz de hidalgas enseñanzas,

y que fue testigo amante

de las empresas bizarras

que en el albor de la vida

nos alientan y arrebatan!

 

¡Castilla! ¡Sagrado suelo,

acicate de mis ansias,

centro de mis afecciones,

imán de mis añoranzas,

donde hay tanto oculto nido,

tanto rincón grato al alma,

alegrado con mis risas

ó regado con mis lágrimas!

 

¡Castilla! ¡Castilla noble!

¡Un hijo tuyo te canta!

¡No desprecies sus estrofas

por desabridas ó vanas!

¡Mira que al son de tu verso

clásico van ajustadas,

y que brotan del ardiente

amor que inspira la patria!

 

Más que los montes gigantes

Que hasta el cielo alzan su cresta

Ceñida por los girones

Cenicientos de la niebla;

Más que las vertientes ásperas

De matorrales cubiertas,

Por los torrentes hendidas

O rasgadas por las peñas;

Más que los umbrosos valles

Alfombrados de praderas

Y surcados por arroyos

Que entre rocas culebrean;

Más que todo aquel conjunto

De sorprendentes bellezas

Que en otros suelos y climas

Ofrece Naturaleza,

Me agradan estas llanuras

Donde las mieses ondean

Semejando inmensos mares

De esmeralda, en primavera,

O trenzados flecos de oro

Cuando el verano las tuesta;

Estas enanas colinas

Por cuya falda rastrean

Y se cruzan, enredándose,

Los vástagos de las cepas,

Y estas amplias hondonadas

Donde álamos en hileras

Marcan el cauce de un río,

De corriente mansa, lenta,

Que con majestad se extiende

Y que límpida refleja,

Como colosal espejo,

Un cielo de luz espléndida.

 

Aquí no se desparraman

En el campo las viviendas

Al igual que alado bando

Si el gavilán lo dispersa.

 

¡Separación y aislamiento,

Tedio y egoísmo engendran!

En haz apretado se unen

Formando villas y aldeas,

Y así convidan a cambio

Mutuo de afectos e ideas,

A comunidad de esfuerzos,

A recíproca defensa".

JUAN CORTÉS






 

Lo último

 

Hoy mi madre me ha pasado esta foto de lo último que queda en la casa de mis abuelos, casi derruida por lo inhabitado.

Pienso en el eterno capítulo que la despoblación sigue escribiendo con desidia. Castilla sigue muriendo y buscamos apagar su sed con una esponja empapada en vinagre.

Hablo con mi madre y me dice que han vendido esa casa repleta de infancias generacionales, de tardes de silencios de madera vieja. No puedo procesarlo. Algo se ha roto pero no puedo entrar a rebuscar qué es. Solo siento un extraño frío y una tristeza que recorre mi interior sin saber muy bien de dónde procede. Me angustia la idea de saber que la nostalgia me abandona, que el fugaz paso del tiempo hace que el recuerdo sea plúmbeo e inconstante, intermitente, gradualmente quebrado y difuso.

Ahora no puedo pensar claro, las redes me han atrapado hasta el punto de ser un píxel muerto más en esta pantalla de la que no puedo salir.

Ya no puedo acceder a la experiencia del recuerdo lúcido. Todo lo que se me presenta del pasado, desde el más remoto al más inmediato, es una mancha difusa de algo que yo no he vivido.

Claro que recuerdo lo que viví, y quizá pueda acordarme de cómo me sentí. Pero por qué se nos niega la capacidad de instalarnos en ese pasado y recrearnos en el lujo de haber disfrutado de una infancia libertaria? "Recordar", en todo su significado etimológico se ha perdido porque lo automático se ha instalado en cada acto que realizamos.

Esta pérdida material se extrapola al dolor por la pérdida de todo lo que ello conlleva. Una casa llena de nada, de vacío, y a la vez llena de movimiento a través de todas sus etapas en la historia. Una familia que ya dejó de ser familia como los muertos dejan de ser vivos.

Cómo volver a enraizarse desde el desarraigo por la pérdida del mismo presente, si hasta el recuerdo es devastado por las grietas como una hoz que de un solo movimiento desgarra hasta el aire.




La casa

 

Es en la casa de mi abuela donde más escuché hablar sobre la muerte. Este hecho me enraizó a aquel espacio inconscientemente. La habitación de la gloria, que se situaba justo debajo de la mesa camilla redonda de mantel de falda, y que de vez en cuando impregnaba el aire de letargo; las extrañas hamacas que susurraban letanías al mecerse, y en las que mi abuelo me cantaba Ya se murió el burro; el sofá oscuro con motivos de espigas blancas bajo cuyas almohadas siempre se perdía alguna moneda o algún clínex arrugado sin usar; el armario, que escondía el ajedrez con el que perdí un millón de veces, con aquellas piezas de las que aún recuerdo el olor a madera vieja; el cajón de arriba, donde solo encontraba tesoros aleatorios, similar a aquellos libros donde tenías que encontrar seis canicas azules, cuatro alfileres y veinte sellos y escudos ocultos en el caos de objetos mezclados sin ningún sentido...



Pero sobre todo, el silencio que se escondía en aquellas conversaciones y que a veces se convertía en un mantra con el tic tac del reloj de la cocina desacompasado del tic tac del reloj del salón. En la infancia los silencios de las conversaciones adultas se tornan espesos, pero agradables, e incluso sin saber explicar por qué, reconfortantes.

Ese silencio se mezclaba con la gradual oscuridad que inundaba al mismo tiempo pero no en la misma intensidad tanto el cuarto como el resto de las estancias de la casa lúgubre en su totalidad. Silencio que según anochecía, se tornaba pausado y terrible, aunque al mismo tiempo no querías que terminase para poder explorar la casa en tinieblas sintiendo el miedo y la taquicardia de la incertidumbre ante las misteriosas habitaciones de alcobas que parecían esconder espíritus de ancestros. Cuantas más sombras se espaciaban por el cuarto, ya de por sí lúgubre, más se podía escuchar la sangre en la cabeza recorriendo tus adentros. El tiempo discurría en un tenue zumbido de vida y muerte. Se podía sentir la oscuridad en los huesos, pero no se encendía la luz hasta su total disolución, muestra inconsciente del solemne respeto por el Tiempo. En paralelo los temas se encaramaban más a la muerte, como un caduceo, o como una enredadera que conquista flemática todo lo que pueda abrazar con sus largas y esqueléticas raíces...





Recuerdo escuchar detenidamente aquellas conversaciones, seguramente desde una perspectiva de la obediencia hastiada, sin enterarme de nada y sin embargo, habiendo sido conquistada por cada palabra y cada historia. Todo pasa y todo queda. A veces hay que pararse a escuchar los detalles más mínimos que recordemos del pasado, porque eso es, en una medida más individual que todas las células y todos los átomos, sangre y huesos, lo que de alguna forma configura nuestra esencia no colectiva.

Recuerdo ser víctima del rapto de la soledad y buscar por toda la casa la quietud arrinconada en silencios...














La linterna vieja que emitía un haz de luz casi inexistente y tan naranja que parecía oniria, guiaba los pasos entre lo tenue de los habitáculos. Una extraña sensación de muerte y taquicardia me invadía como una legión avanzando favorable hacia un enemigo ya derrotado por la desidia...
















Recuerdo el tacto de mis dedos acariciando texturas, rodeando viñetas de motivos grabados que contaban historias de hidalgos sobre paredes oscuras. Podía estar horas observando a Dulcinea y dejando a mi imaginación creer que se trataba de algún viejo ancestro retratado en una baldosa inerte y a la vez tan viva como el recuerdo. En invierno el frío taladraba los huesos en ese pasillo, pues el calor se acumulaba en el habitáculo donde los vivos hablaban sobre la muerte. Y allá afuera, en el resto de las estancias, el frío y la soledad reinaban, pero solo así la casa podía convertirse en una trinchera de búsqueda de nada en concreto. Quizá en la búsqueda del significado de algo que nunca llegué a descifrar.

Es extraño pensar en cómo sentíamos el pasado si la mayor parte del tiempo en que existimos no podemos sentir el presente, pero quizá pueda recordar que sentía que todo ese espacio, aunque tenue y lúgubre, era mío. Mi soledad refugiada en cada rincón de esa casa, en cada intersección, en cada telaraña. Quizá por ello siempre tenía la necesidad de conocerlo más en profundidad, acaso buscaba adentrarme en otras profundidades que aún hoy sé que se encuentran allí enterradas en el olvido.

Ahora todo está lejos. Ni tan siquiera puedo volver a sentir ninguno de los recuerdos, solo puedo ser automáticamente consciente de que en algún momento del pasado existieron.





























¿Tristeza de no poder regresar al lugar o al momento? ¿Qué causa la nostalgia, haberlo vivido o que el tiempo nos lo haya arrancado del recuerdo lúcido? La angustia echa raíces profundas cuando el pensamiento se pierde en lo imposible del pasado. Llevaba tiempo no queriendo pensar, o sin tiempo para hacerlo, y por ese desuso surgido de la abulia, ahora me ahoga la incapacidad de volver allí. La impotencia de no poder situarme en ningún tiempo ni espacio. La parálisis de la voluntad del pensamiento y de la acción misma. Como un simple objeto en la nada que ni nace ni muere, plenamente virgen de experiencia.

Vuelvo a repasar las fotos y me doy cuenta del bloqueo que me invade. No hay definición para esta mezcla de emociones. Quizá sí y solo tengo demasiada prisa por encontrarla o la negación de profundizar en ella, o el olvido de llevar a cabo el proceso, o la invasión de elementos que me mantienen en un estado catatónico e irreflexivo.

En esa chimenea aún hay cenizas de aquella última reunión, ojalá recomponerlas para volver atrás y leer el último titular del periódico calcinado. Aún escucho las voces, las risas, aún sigue oliendo a humo y a vino, impregnados en mi recuerdo, pero también en la madera de la mesa vieja y en las paredes en las que aún habita una huella del pasado, recuerdo en forma de mancha.

Hace tantos años que solo recuerdo estar sentada en una silla amarilla, pequeña, de plástico, rodeada de personas que ya no existen, incluso la mayoría estando vivos. ¿No es peor la nostalgia de no poder vivir aquello sabiendo que muchos, ahora desconocidos, continúan con sus vidas como si nada de todo aquello hubiese sucedido? Una extraña autobiografía ficcionada en la que no distingo lo real.