lunes, 25 de marzo de 2024

JUAN CORTÉS

"¡Castilla! ¡Tierra bendita

que amorosamente guardas

las cenizas de mis padres

en tu seno sepultadas;

tierra donde tiene asiento

el hogar que me prestara

calor de tiernos cariños,

luz de hidalgas enseñanzas,

y que fue testigo amante

de las empresas bizarras

que en el albor de la vida

nos alientan y arrebatan!

 

¡Castilla! ¡Sagrado suelo,

acicate de mis ansias,

centro de mis afecciones,

imán de mis añoranzas,

donde hay tanto oculto nido,

tanto rincón grato al alma,

alegrado con mis risas

ó regado con mis lágrimas!

 

¡Castilla! ¡Castilla noble!

¡Un hijo tuyo te canta!

¡No desprecies sus estrofas

por desabridas ó vanas!

¡Mira que al son de tu verso

clásico van ajustadas,

y que brotan del ardiente

amor que inspira la patria!

 

Más que los montes gigantes

Que hasta el cielo alzan su cresta

Ceñida por los girones

Cenicientos de la niebla;

Más que las vertientes ásperas

De matorrales cubiertas,

Por los torrentes hendidas

O rasgadas por las peñas;

Más que los umbrosos valles

Alfombrados de praderas

Y surcados por arroyos

Que entre rocas culebrean;

Más que todo aquel conjunto

De sorprendentes bellezas

Que en otros suelos y climas

Ofrece Naturaleza,

Me agradan estas llanuras

Donde las mieses ondean

Semejando inmensos mares

De esmeralda, en primavera,

O trenzados flecos de oro

Cuando el verano las tuesta;

Estas enanas colinas

Por cuya falda rastrean

Y se cruzan, enredándose,

Los vástagos de las cepas,

Y estas amplias hondonadas

Donde álamos en hileras

Marcan el cauce de un río,

De corriente mansa, lenta,

Que con majestad se extiende

Y que límpida refleja,

Como colosal espejo,

Un cielo de luz espléndida.

 

Aquí no se desparraman

En el campo las viviendas

Al igual que alado bando

Si el gavilán lo dispersa.

 

¡Separación y aislamiento,

Tedio y egoísmo engendran!

En haz apretado se unen

Formando villas y aldeas,

Y así convidan a cambio

Mutuo de afectos e ideas,

A comunidad de esfuerzos,

A recíproca defensa".

JUAN CORTÉS






 

Lo último

 

Hoy mi madre me ha pasado esta foto de lo último que queda en la casa de mis abuelos, casi derruida por lo inhabitado.

Pienso en el eterno capítulo que la despoblación sigue escribiendo con desidia. Castilla sigue muriendo y buscamos apagar su sed con una esponja empapada en vinagre.

Hablo con mi madre y me dice que han vendido esa casa repleta de infancias generacionales, de tardes de silencios de madera vieja. No puedo procesarlo. Algo se ha roto pero no puedo entrar a rebuscar qué es. Solo siento un extraño frío y una tristeza que recorre mi interior sin saber muy bien de dónde procede. Me angustia la idea de saber que la nostalgia me abandona, que el fugaz paso del tiempo hace que el recuerdo sea plúmbeo e inconstante, intermitente, gradualmente quebrado y difuso.

Ahora no puedo pensar claro, las redes me han atrapado hasta el punto de ser un píxel muerto más en esta pantalla de la que no puedo salir.

Ya no puedo acceder a la experiencia del recuerdo lúcido. Todo lo que se me presenta del pasado, desde el más remoto al más inmediato, es una mancha difusa de algo que yo no he vivido.

Claro que recuerdo lo que viví, y quizá pueda acordarme de cómo me sentí. Pero por qué se nos niega la capacidad de instalarnos en ese pasado y recrearnos en el lujo de haber disfrutado de una infancia libertaria? "Recordar", en todo su significado etimológico se ha perdido porque lo automático se ha instalado en cada acto que realizamos.

Esta pérdida material se extrapola al dolor por la pérdida de todo lo que ello conlleva. Una casa llena de nada, de vacío, y a la vez llena de movimiento a través de todas sus etapas en la historia. Una familia que ya dejó de ser familia como los muertos dejan de ser vivos.

Cómo volver a enraizarse desde el desarraigo por la pérdida del mismo presente, si hasta el recuerdo es devastado por las grietas como una hoz que de un solo movimiento desgarra hasta el aire.




La casa

 

Es en la casa de mi abuela donde más escuché hablar sobre la muerte. Este hecho me enraizó a aquel espacio inconscientemente. La habitación de la gloria, que se situaba justo debajo de la mesa camilla redonda de mantel de falda, y que de vez en cuando impregnaba el aire de letargo; las extrañas hamacas que susurraban letanías al mecerse, y en las que mi abuelo me cantaba Ya se murió el burro; el sofá oscuro con motivos de espigas blancas bajo cuyas almohadas siempre se perdía alguna moneda o algún clínex arrugado sin usar; el armario, que escondía el ajedrez con el que perdí un millón de veces, con aquellas piezas de las que aún recuerdo el olor a madera vieja; el cajón de arriba, donde solo encontraba tesoros aleatorios, similar a aquellos libros donde tenías que encontrar seis canicas azules, cuatro alfileres y veinte sellos y escudos ocultos en el caos de objetos mezclados sin ningún sentido...



Pero sobre todo, el silencio que se escondía en aquellas conversaciones y que a veces se convertía en un mantra con el tic tac del reloj de la cocina desacompasado del tic tac del reloj del salón. En la infancia los silencios de las conversaciones adultas se tornan espesos, pero agradables, e incluso sin saber explicar por qué, reconfortantes.

Ese silencio se mezclaba con la gradual oscuridad que inundaba al mismo tiempo pero no en la misma intensidad tanto el cuarto como el resto de las estancias de la casa lúgubre en su totalidad. Silencio que según anochecía, se tornaba pausado y terrible, aunque al mismo tiempo no querías que terminase para poder explorar la casa en tinieblas sintiendo el miedo y la taquicardia de la incertidumbre ante las misteriosas habitaciones de alcobas que parecían esconder espíritus de ancestros. Cuantas más sombras se espaciaban por el cuarto, ya de por sí lúgubre, más se podía escuchar la sangre en la cabeza recorriendo tus adentros. El tiempo discurría en un tenue zumbido de vida y muerte. Se podía sentir la oscuridad en los huesos, pero no se encendía la luz hasta su total disolución, muestra inconsciente del solemne respeto por el Tiempo. En paralelo los temas se encaramaban más a la muerte, como un caduceo, o como una enredadera que conquista flemática todo lo que pueda abrazar con sus largas y esqueléticas raíces...





Recuerdo escuchar detenidamente aquellas conversaciones, seguramente desde una perspectiva de la obediencia hastiada, sin enterarme de nada y sin embargo, habiendo sido conquistada por cada palabra y cada historia. Todo pasa y todo queda. A veces hay que pararse a escuchar los detalles más mínimos que recordemos del pasado, porque eso es, en una medida más individual que todas las células y todos los átomos, sangre y huesos, lo que de alguna forma configura nuestra esencia no colectiva.

Recuerdo ser víctima del rapto de la soledad y buscar por toda la casa la quietud arrinconada en silencios...














La linterna vieja que emitía un haz de luz casi inexistente y tan naranja que parecía oniria, guiaba los pasos entre lo tenue de los habitáculos. Una extraña sensación de muerte y taquicardia me invadía como una legión avanzando favorable hacia un enemigo ya derrotado por la desidia...
















Recuerdo el tacto de mis dedos acariciando texturas, rodeando viñetas de motivos grabados que contaban historias de hidalgos sobre paredes oscuras. Podía estar horas observando a Dulcinea y dejando a mi imaginación creer que se trataba de algún viejo ancestro retratado en una baldosa inerte y a la vez tan viva como el recuerdo. En invierno el frío taladraba los huesos en ese pasillo, pues el calor se acumulaba en el habitáculo donde los vivos hablaban sobre la muerte. Y allá afuera, en el resto de las estancias, el frío y la soledad reinaban, pero solo así la casa podía convertirse en una trinchera de búsqueda de nada en concreto. Quizá en la búsqueda del significado de algo que nunca llegué a descifrar.

Es extraño pensar en cómo sentíamos el pasado si la mayor parte del tiempo en que existimos no podemos sentir el presente, pero quizá pueda recordar que sentía que todo ese espacio, aunque tenue y lúgubre, era mío. Mi soledad refugiada en cada rincón de esa casa, en cada intersección, en cada telaraña. Quizá por ello siempre tenía la necesidad de conocerlo más en profundidad, acaso buscaba adentrarme en otras profundidades que aún hoy sé que se encuentran allí enterradas en el olvido.

Ahora todo está lejos. Ni tan siquiera puedo volver a sentir ninguno de los recuerdos, solo puedo ser automáticamente consciente de que en algún momento del pasado existieron.





























¿Tristeza de no poder regresar al lugar o al momento? ¿Qué causa la nostalgia, haberlo vivido o que el tiempo nos lo haya arrancado del recuerdo lúcido? La angustia echa raíces profundas cuando el pensamiento se pierde en lo imposible del pasado. Llevaba tiempo no queriendo pensar, o sin tiempo para hacerlo, y por ese desuso surgido de la abulia, ahora me ahoga la incapacidad de volver allí. La impotencia de no poder situarme en ningún tiempo ni espacio. La parálisis de la voluntad del pensamiento y de la acción misma. Como un simple objeto en la nada que ni nace ni muere, plenamente virgen de experiencia.

Vuelvo a repasar las fotos y me doy cuenta del bloqueo que me invade. No hay definición para esta mezcla de emociones. Quizá sí y solo tengo demasiada prisa por encontrarla o la negación de profundizar en ella, o el olvido de llevar a cabo el proceso, o la invasión de elementos que me mantienen en un estado catatónico e irreflexivo.

En esa chimenea aún hay cenizas de aquella última reunión, ojalá recomponerlas para volver atrás y leer el último titular del periódico calcinado. Aún escucho las voces, las risas, aún sigue oliendo a humo y a vino, impregnados en mi recuerdo, pero también en la madera de la mesa vieja y en las paredes en las que aún habita una huella del pasado, recuerdo en forma de mancha.

Hace tantos años que solo recuerdo estar sentada en una silla amarilla, pequeña, de plástico, rodeada de personas que ya no existen, incluso la mayoría estando vivos. ¿No es peor la nostalgia de no poder vivir aquello sabiendo que muchos, ahora desconocidos, continúan con sus vidas como si nada de todo aquello hubiese sucedido? Una extraña autobiografía ficcionada en la que no distingo lo real.