SOCIEDAD
... donde se analiza desde fuera cómo la masa extremista destruye al individuo, convirtiéndolo en monstruo sin criterio en su individualidad. El aislamiento derivado de la realidad externa alaba al conjunto, en detrimento del pensamiento individual, que deja de existir en una nueva y moderna crucifixión. El todo es venerado frente al juicio y pensamiento único. La única realidad es el clon social.
Del siglo de las luces al siglo de las quimeras. No todo fue como nos llega, pues lo que queda, lo que permanece, es lo bello y lo aterrador. Del pasado nos llegan dualidades, pues las existencias vulgares, lo normal, lo prosaico, todo ello se difumina hasta perderse en el tiempo, como la tinta en un viejo libro que con los siglos, termina no diciendo nada habiendo sido pura sabiduría y enseñanza. Sin embargo, en estos tiempos, ¿qué legaremos para que nuestros sucesores nos alaben en detrimento de su presente mismo? Nos queda el arte, pero en decadencia, terminará transmitiendo lo mismo que esa tinta ausente en el libro ya blanco de ideas. Lo clásico fue lo auténtico, y el concepto se transformó oscureciéndose gradualmente. Sin duda, el arte de cada sociedad, de cada época, es un reflejo de los ideales, de la profundidad y trasfondo de las personas que lo crean y lo consumen. Este último término nos lleva al trampantojo inerte del consumismo, el materialismo, la pura y banal irrealidad que supura obsolescencia y superficialidad hasta que las convulsiones llevan a una muerte hedionda. La peste también está en nuestro siglo, pero las bubas contienen males bien merecidos, quizá conceptuales, pero que se almacenan y perpetúan hasta extinguirse en una decadencia de la que jamás recuperar un ápice de sabiduría.
La masa: La pseudomodernidad de lo pseudoprofundo y viceversa. Sociedad en caos infinito de empatía hacia el ser vivo en general y hacia el prójimo en particular. Siempre, nuestros queridos, venerados contemporáneos, absurdas marionetas vacías en la cúspide de la estupidez, la estulticia que se aplaude, rebuzna, que se revuelca en mierda, que se regocija en su ausencia craneal, que se jacta y vanagloria del triunfo de la suerte, del triunfo de la necedad, la ignorancia, la locura, que amanece mirándose en un reflejo sin vida, que se repite cada mañana que ha de seguir siendo masa, rebaño, oveja sin pensamiento… Siempre, volviendo al tema, se ocupan de la impresión que causan y no se preguntan, no tienen ni la más mínima curiosidad por preguntarse, ni el más mínimo interés por cuestionarse por qué el mundo que les rodea oscila entre la destrucción de lo individual y la ruptura de lo colectivo. O lo que es lo mismo: ego en masa, la ignorancia propia es la superior.
En este siglo si en algo hay que destacar es en esta necedad sin antecedentes, y para ello necesitamos la verdadera bomba atómica de la voluntad y la reflexión, las redes de lo efímero tejidas por lo más vacuo del ser humano, es decir, las pantallas sobre las que volcar la vista, el tiempo, el espacio, sobre las que volcar la humillación superlativa. Pantallas cuya gravedad es tan infinita como la colisión de dos agujeros negros supermasivos. Gravedad que atrae a las mentes hasta vaciar y dejar un único contenido que es la cárcel de nuestra existencia. Así, las pantallas sirven a esos adeptos extraños para entregar también su cuerpo, sin ver que su alma fue también absorbida sin ningún miramiento, arrancada del cuerpo, salpicando salvajismo dentro de una sociedad supuestamente civilizada. Ahora los seres humanos están en pantallas, son las pantallas, es el siglo del Apocalipsis, quizá deberíamos pedir una prórroga, una redención por el pecado del talento malgastado, de la apología de lo inconmensurablemente absurdo, de la vergüenza ajena como bandera y dios del individuo sin ninguna individualidad. Siglo del clon sobre el pensamiento crítico. Siglo de la copia de la copia de la copia. Siglo de la decadencia del criterio estético. Siglo de las pasiones sobre lo efímero, están auténticamente vivos en lo carnal, puro instinto animal, y sin embargo sus miradas están perdidas, sus gestos son funestos y torpes, sus inclinaciones son vagas y superficiales, banales. Autodestrucción, poder, corrupción. Odio, extremismo. Vivos, pero con una existencia sin ningún sentido. Solo están de paso, la huella pisa sobre brea ya seca.
Esta incultura, a grandes rasgos, es el gran mal del siglo. No existe la exigencia, pues la pantalla, que es la diosa de esa masa antropomórfica, predica por lo confortable, por lo fugaz, por la absoluta y capciosa ignorancia. Esta pantalla es la nepenta que les hace felices porque la auténtica dicha es la pasión, la satisfacción efímera de los sentidos y nunca de la razón. Los esfínteres del autocontrol por emitir un juicio crítico se abren sin miramientos hasta convertirse en un absurdo cuadro del expresionismo abstracto de mierda descontrolada, con la misma pretensión de ser humano superior bajo una mirada bobalicona de asno.
Sin embargo, la excepción a estas generalidades, es decir, el individuo que aún respira a pesar del hedor de la masa, sabe que ha de sentir, sabe lo que ve, es consciente, limpio en su actitud devota hacia el verdadero arte, hacia el pensamiento profundo y reflexivo, asceta de la razón ilustrada y del arte perdurable, y sin embargo, no siente con la misma pasión que sienten esos borregos en masa, pues la razón se sobrepone al acto único de sentir. Como un lobo estepario que choca contra el hombre puramente sensitivo. Están más vivos los que no piensan absolutamente nada provechoso para su existencia y para el alimento de su alma, henchida de dolor inconsciente, y famélica de conocimientos, de cultura. Más vivos, pero con una existencia sin ningún sentido. Solo estar de paso, la huella pisa sobre brea ya seca.
Así la humanidad tiende al salvajismo, la civilización que costó tantos siglos de luces, sombras, filosofías y reflexiones, vuelve, cíclicamente al origen más vulgar y animal, iracundo y bélico. Ahora el ser humano vuelve a la cueva donde solo las sombras pueden ser analizadas bajo un prisma de irracionalidad y retroceso. El análisis se reduce a lo empíricamente demostrable, no hay axiomas, ni premisa, base de la ciencia. Solo existe lo absoluto, la única razón pura válida es la suya sin posibilidad de discusión. ¿Qué nos queda? Instinto animal, ferocidad sin argumentos, la palabra se apoya en la falacia, propia del hombre genérico medieval.
Si todo es cíclico, pronto volveremos al punto del origen de la evolución mental, pues en esta actualidad aún no hemos llegado a monos erectos, aún no ha nacido la vergüenza, el ridículo puede ser observado por algunos que aún son conscientes del conocimiento divino, pues en todas sociedades siempre quedan gentes adelantadas o quizá atrasadas a su tiempo, dependiendo del punto del círculo que tengamos en cuenta.
La angustia, la ansiedad, el tedio vital, la depresión, son las enfermedades del siglo, y sin embargo, solo lo experimentan las minorías cuando el diagnóstico es la misma existencia. Pero es fruto de la incomprensión cuando no hay motivos que las expliquen. Sentir la existencia goteando mil veces por segundo y sentir cada eco en el interior lleva al hombre pensante a sucumbir ante una sociedad psicológicamente vacía y líquida. En estos últimos solo queda la desconfianza, la incredulidad, mientras la ingenuidad persiste cuando se trata de ese gran hermano que les vigila y controla, esa pantalla con un fondo de primavera que oculta fríos cables sin expresión.
A veces quieres gritarles, llamarles a voces a través de esos ojos vidriosos que no ven, de esos oídos que jamás escucharon. Normal, quizá haya demasiado ruido en esta onírica realidad de trampas y trampantojos. ¿Por qué están muertos? Nada late en su interior. Y parecen más vivos que cien huracanes. Podría tratarse de una fase, pero es una farsa del positivista que solo ve la vida como una primavera sin complejidad. La falacia del doblepensar, del doblesentir no argumentado. No quieren entender que se ha de sentir la existencia como un otoño… Pero en el siglo de lo fluido, de las caretas de silicona con una falsa sonrisa clavada en el rostro sin expresión, esta realidad ya no se puede contemplar en su absoluta y sublime magnitud de claroscuro…
¿Y no es triste que el criterio también esté acurrucado en las garras del conformismo? Las garras en las que yace el pensamiento ajeno, y así funciona nuestra sociedad, el ser humano promedio, el que no intenta destacar y cuya única misión en la vida es el dejar pensar a otro con el fin de fomentar el desuso de las neuronas aún empaquetadas en su envoltorio original. Apología del juicio conformista, beben de esa nepenta engañados por los medios (y por individuos con buena oratoria pero sin ningún sentido en un discurso falaz disfrazado de lucidez). La necesidad de crear autoridades del vacío. Autoridades que nos representan como sociedad, es decir, autoridades sin criterio, sin imaginación ni inteligencia, sin cultura. Eso, por supuesto, lo busca la masa, como si se tratara de un complejo de inferioridad y tuvieran la santa necesidad de elegir el triunfo del babuino más absurdo y prosaico.
Lo elevado se quedó atrás en el tiempo, quizá en algunas ocasiones demasiado abigarrado, o superficial, pero al menos predominando el valor por el criterio y los buenos modales. El respeto por la educación, por el buen hablar, el buen vestir, el buen escuchar. No es cuestión de sentar cátedra. Es cuestión de ser un poco práctico y no dejar que la cultura sirva de alfombra ante una sociedad desgastada antes de haber empezado a atreverse a saber.
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