ANGUSTIA
… donde se desglosa cómo la angustia existencial forma parte de nuestro devenir, de nuestro espíritu taciturno, implosionando en su propia magnitud. Termina expresando que el ser humano, ser consciente, ha de aprender a convivir con la auto-ausencia que nos consume y devora en leves lapsos de arrebatos de confusa realidad…
Una marabunta de falta de oxígeno que te desarraiga sin reconstruirte. Una sensación de inestabilidad propiciada además por este inconstante devenir, impreciso. Por esta incertidumbre atroz que te lleva a sucumbir en un mar de no reflexiones. Letargos favorecidos por la necesidad de no pensar, tal es la situación allá afuera de tu cráneo. Devastados por el crimen de lo efímero, de la rutina que arrastramos sin asimilarla, sin resumirla al cabo de la noche. Si no hay quietud no puede haber un mínimo de equilibrio silente, y esa vieja obsesión de tumbarse en vela cuestionando la realidad es sustituida por el cansancio del mundo líquido incapaz de solidificarse ni un instante. Nada permite el reposo porque todo está en continuo movimiento, como el interior molecular de una fragua. Esta absurda manía plástica de los excesos es el detonante más exacto de la crisis del tedio vital, de la angustia existencial.
El fin al que estamos destinados justifica los miedos, que son los medios para no llegar a nada, para encerrarte en un caparazón de preguntas sin respuesta. Angustia cíclica como una marisma de agua roja desbordada en una tierra yerma de esperanza. Es ahogarse en bucle. La enfermedad del siglo de las nepentas es la ansiedad, pues imponemos a nuestro espíritu, como si fuésemos vulgares sátrapas, una ausencia continuada que termina por no encontrar la salida, reiterando la angustia cósmica de no poder ser. Como vivir en un oscuro sinsentido y de repente despertar, acostumbrar la vista a la confusa realidad que ya ni recuerdas porque hace millones de años que no te paras a reflexionar.
Quizá la angustia era una forma de ser en el Romanticismo. Ahora se considera una enfermedad porque consiste en hundirse en el pesimismo más bien crítico, en los vaivenes del devenir.
Si el pasado era incierto por las preguntas siderales sin respuesta que se fueron resolviendo con los avances tecnológicos, el presente es aún más aleatorio por la infinidad de cuestiones y teorías que surgen paradójicamente a través de esas lentes de la evolución. Si antes la angustia se reducía a una vía láctea sin idea dimensional, ahora la angustia se multiplica exponencialmente ante el descubrimiento de un universo con unas escalas inconmensurablemente indescifrables.
La angustia del nuevo siglo se basa en la cantidad de conocimientos que podríamos albergar y que sin embargo, preferimos no investigar ante el vértigo de asomar demasiado la cabeza y caer en un abismo sin salida. Es una angustia color ocre al percatarnos de la mediocridad del ser humano. Al ser conscientes de nuestra contingencia universal absoluta. Al ser derrocados de ese antropocentrismo renacentista. Parece una cuestión ya olvidada, pero es ahora cuando repercute en nosotros más que nunca, es ahora a través de los siglos cuando lo asimilamos, como cualquier cambio evolutivo que requiere de tiempo y espacio.
Relatividad y Mecánica cuántica extrapoladas al mundo que nos rodea. Todo puede ser todo y a la vez nada, ¿cómo no sentir una angustia que pesa más que una cruz portada en tus hombros para dirigirte hacia tu propia muerte? La soledad, las relaciones, la sociedad, todo es una masa informe que en estos tiempos de esclavitud de tiempo, nadie analiza de forma eficaz sino sesgada y prejuiciosa. Incertidumbre y mentiras son el resumen del siglo de las nepentas y la amnesia, todo tan relacionado entre sí que buscar su significado llevaría siempre implícito restos del otro concepto, como intentar despegar un chicle de una tela.
Por esto la angustia no tiene definición, ni mucho menos solución. Se puede entender que quizá nuestra absurda necesidad de definir todo lo que nos rodea para sentirnos seguros, solo consigue que el peso de la definición derrumbe todos los conceptos, huérfanos de un esqueleto que los mueva. De esta forma todas nuestras creencias e ideas se tambalean llevando al desastre mental, a las quimeras de la percepción, al tedio vital.
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