EL INDIVIDUO Y LA SOLEDAD
… donde entendemos que en nuestro siglo, sembrado de un lenguaje numérico de creaciones digitales, la soledad nubla, pisa y arrastra al individuo, que llega a confundir la soledad propia requerida por el espíritu con una soledad obligada e impuesta por la sociedad. Se analiza en este capítulo el abismo que nos separa entre la realidad informática y la ancestral, natural y arraigada realidad interior del antiguo ser natural que aún nos habita cuando cerramos los ojos y abrimos la vista. La incomprensión aflora y no somos capaces de entender que el aislamiento es común a la humanidad, y aunque la gran masa lo mitigue con lo perecedero, siguen soñando cada noche...
A veces se nos olvida lo necesaria que es realmente la soledad. Pero ese no es el problema del nuevo siglo del ruido, el verdadero caos acuciante que lleva a un vacío existencial en las almas que saben ahogarse por decisión propia, es el miedo a olvidarlo para siempre.
Actualmente no tenemos tiempo de estar solos con la voz de nuestra conciencia, con la voz de nuestros instintos, la voz de la quietud. Las redes nos atrapan, no nos permiten estar solos. Quince segundos de soledad, suena una notificación que nos distrae de la evasión, la cual dejamos atrás por miedo al abismo de conocernos. Caemos en la red y naufragamos en ese confort de no pensar, de no sentir, de no asimilar. Tras minutos de pérdida de realidad volvemos a esa intermitente soledad de quince segundos hasta que la campana nos vuelve a salvar del naufragio en los adentros. Claro, para muchos ese ruido decrépito que sale del rectángulo absurdo de colores del nuevo siglo, significa la salvación, sin entender que gradualmente sus almas se pierden y se olvidan de sentir y de analizar.
El individuo solo es individuo cuando asimila la soledad y la requiere como algo propio y necesario. Perderse en lecturas inmortales de genios que paladearon la soledad, es otra forma de soledad indirecta, hoy también perdida. Y no es cuestión de tumbarse en la escarcha de los pensamientos propios del noctámbulo existencialista, no.
Lo que se defiende en este punto es hacer un embudo de evasión en el que saltar y perderse cada día con el fin de escuchar la voz interior amplificada. Perderse, pero salir para vivir de una forma purificada. Catarsis tras el embargo de la distópica realidad al borde del precipicio de lo siniestro y aterrador que implican la falta de cultura y de valores.
Pero la gradualidad del Apocalipsis no permite ver con claridad, aunque quizá ni con letreros fluorescentes y luminiscentes señalando el peligro del fin de la cultura, sería el ser humano capaz de darse cuenta del vacío cada vez más grande que asola su interior por falta de auto escucha. La soledad significa reflexión, abstracción, lo cual no quiere decir que tengas que estar en un espacio sin gente, sino que esta cavilación puedes practicarla en cualquier espacio. En cualquier medio de transporte concurrido puede discurrir el pensamiento como la invasión de una marabunta, e ineludible es para el espíritu perseguir ese pensamiento líquido que necesita ser leído y analizado, solidificado y no convertido en gas invisible que se evapora y desaparece. Cierto es que la naturaleza y la soledad más pura en todos los sentidos ayudan a que la quietud te embargue.
Quizá sea una teoría no apoyada por una base científica, pero me arriesgaría a firmar aquí que la carencia de sensibilidad estética se basa en una falta de autoanálisis, de autoconocimiento, lo cual a su vez conduce a la guerra con uno mismo y con lo que nos rodea. Si observamos atentamente a nuestro alrededor, el extremismo está cimentado por una egolatría sin precedentes. Nadie atiende a razones y todo es blanco o negro, los justos medios quedaron en tiempos lejanos solo capturados en los libros amarillentos. Sociedad que reside en diversos basureros pestilentes y sucios de palabrería.
Tanta relatividad extrapolada a la cultura lleva al desastre, plomo chocando contra cristal hace menos ruido que ese gallinero egocéntrico sin criterio ni juicio. Porque ahora la norma del gusto no se basa en la ciencia de la perfección, ni en la pureza del significado, ni en cómo el alma crece y se redime ante las crisis humanas a través de una mínima molécula de cultura, de goce estético… Ahora la norma del gusto se cimenta en esa absurda relatividad de no esforzarse. A esa masa superflua, no le agradan en absoluto esa canción, ni esa poesía. Su problema es la falta de sensibilidad ante lo que siempre fue humanamente bello por generaciones. Su problema es que no se esfuerza en buscar lo que no entiende, en aprender algo nuevo relacionado con la cultura. Su problema es que lo fácil es su único horizonte. A veces hay que atravesar clavos hirviendo para apreciar la belleza, para decir que has llegado a los límites desconocidos del caos y que has logrado ver a través de la ceguera en los campos del verdadero goce artístico.
Entendemos que habría que llevar a cabo un arduo estudio a través de todas las generaciones para de verdad afirmar que en situaciones de alarma, como la que hemos vivido recientemente (tanto por la pandemia global del Covid-19 como por la cada vez más tangible falta de cultura), es cuando la mecha se enciende para unos pocos cráneos privilegiados. Es en ese momento, cuando surge una nueva generación dispuesta a masacrar con palabras a las sabandijas sin talento que se extienden con inquina rapidez por el lucro, apología del capitalismo, Calibanes esperpénticos que se revuelcan ansiosos en la lujuriosa caricia del capital, se retuercen por dos monedas para apoyar a ese capitalismo que renace en cada palabra que escriben.
Y así cíclicamente. Palabras desnudas de sentido por el beneficio económico.
Árboles en descomposición talados para ser rellenados por esas miserables historias, por esas asquerosas reflexiones que insultan al intelecto y que no aportan nada al espíritu.
Y de nuevo, falta de soledad para analizarnos y para estudiar con reflexión dogmática la sociedad que nos rodea. Cómo no sucumbir ante este inerte mecanismo manipulador de Sodoma y Gomorra. Estamos abocados como individuos a la muerte del alma si la masa consumista nos asfixia con su propaganda vomitiva, si nos conduce a su retrete lleno de excremento y nos impone sus reglas. La distopía es precisamente este momento, siempre hemos vivido en la matrix, pero hemos tocado fondo en la ignorancia.
No es casualidad que todos sintamos un vacío si nos paramos unos minutos a pensar. Es normal sentirse perdido en una masa áspera que no permite un paso atrás, mundo líquido de presentes y sin parada para tomar aire. Si paras, te sales de la ruleta rusa que nunca deja de girar, cada vez más rápido, con más balas en su interior. La angustia existencial se permitía en otros tiempos, ahora vivimos en el siglo de la ansiedad sin motivos aparentes. No puedes evitar sentir que el mundo te pisa los pies, que la ansiedad te arranca todas las arterias de un solo movimiento. No lo puedes evitar porque nuestro ritmo de vida no puede seguir los pasos del capitalismo sin frenos, y nosotros, no podemos bajar de la ruleta. Somos como un hámster que gira sin saber a dónde va, solo giramos y nadie se atreve a pararlo, a bajar. Quizá muchas personas que antes sufrían ansiedad por la disparada velocidad del tiempo fugitivo, durante el eterno confinamiento sintieron un desahogo, un descanso para el alma. Sintieron que de nuevo el reloj marcaba su propio ritmo. La soledad se pudo sentir y quizá no fue tan malo si nuestras acciones previas seguían la senda ética y cívica para con el resto de seres naturales de este planeta.
Perdonad si todas estas cavilaciones resultan desordenadas, pero la realidad en la que vivimos se mueve exactamente en estos derroteros disfuncionales.
Para finalizar con el apartado de Individuo y Soledad, quiero añadir una pequeña angustia que me hiere sin remedio, me desgarra. La sangre ya brota hasta el punto de saberme muerta precisamente por estar perdida en algún momento del pasado que necesité pensar y que, por la velocidad vertiginosa de mi mundo, nunca pude llevar a cabo. Esto supongo requiere una introspección bastante analítica de uno mismo y no ha sido hasta hace pocos días que he descubierto a qué se debía esa sensación de no poder sentir nada, de dirigirme como un autómata a resolver las cuestiones mundanas que me surgían sin pausa.
El problema surgió con el exponencial crecimiento de las potencias capitalistas trasladadas al mundo virtual. Esta nueva estrategia como forma de vida se instala en la rutina a través de un agresivo marketing mercantilista y materialista, como si fuésemos prisioneros de guerra y nos llevaran contra el paredón para ametrallarnos no con balas, sino con algo peor: consumismo en nuestro cráneo. Nutridos de lo efímero y obsolescente y olvidados de lo trascendental, de la pausa, del análisis. Lo cultural da un paso sin retorno hasta lo productivo. Entre ambos pasos un volcán entrando en erupción, como en esa literatura distópica en la que nadie se acuerda del pasado humano y solo recuerdan las nuevas leyes absurdas que subrayan una rutina ya empolvada con un hábito irreflexivo y crónico hasta el averno.
Era necesaria una pandemia para reiniciar el sistema. Era necesaria una cuarentena para pausar este vertiginoso caos de valores en ruinas. Y sin embargo, con el tiempo, te das cuenta de que todo sigue igual, la caída de nuestra civilización es cada vez más inevitable. ¿O ya ha caído?
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