sábado, 30 de agosto de 2025

Decálogo de Nepentas y Amnesias. Capítulo V. Lucidez


LUCIDEZ


…Los momentos de lucidez en que somos conscientes de no saber que estamos, o incluso, que vivimos, van aumentando en complejidad y duración, estableciéndose como las conocidas crisis de etapas personales…

¿Cómo plantear una distopía en el clímax de todas las distopías? En el pasado, grandes pensadores, novelistas, filósofos y escritores, plantearon sociedades absolutamente alienadas de una forma tan similar a nuestro presente, que parecían estar basados en él sin conocerlo. Profecías sumamente inteligentes y aterradoras. Cualquiera de sus lecturas te transporta a este momento convulso en el que, desgraciadamente, estamos condenados a sufrir sin remedio. Ya ninguna nueva teoría distópica podría sorprendernos, porque el horror más absoluto lo vemos tan cerca como si estuviésemos permanentemente oteando el horizonte desde un mirador panorámico. Las vistas de todo lo funesto al alcance de nuestra percepción, y nosotros, meros observadores que se limitan a dejar que llegue cualquier mal, cualquier corrupción del ser humano y de todo lo que esté a su alcance corromper. 

Quizá aquí se halle el germen del mal sobre el bien: en la pasividad, en la falta de lucidez, en lo heredado de las máquinas, pues ya no evolucionamos en el orden homínido sino en el orden tecnológico. ¿Esto qué quiere decir? Nos saltamos las crisis que nos corresponde sufrir porque nos olvidamos de existir, o de mirar hacia dentro. El siglo de la posmodernidad es el siglo de mirar hacia afuera, hacia donde no se puede ver lo esencial para considerarse un ser humano con características propias del homo sapiens sapiens. Hemos llegado a un punto en el que el objetivo es puramente numérico, informático, técnico, frío, autómata. Dejamos que las distopías conquisten nuestro territorio espacio temporal por el mero hecho de no saber que lo son, pues nosotros somos la versión distópica de lo que antes era un ser humano. Creíamos en la evolución tecnológica e informática, pero la invasión ha sido tan sutil y gradual, la letra pequeña estaba tan borrosa, desenfocada a nuestro entendimiento, que nunca quisimos pararlo. Ahora ya es imposible, el ser humano ha llegado al límite más absurdo de no existir sino como cuerpo, como envoltorio de un alma que se asfixió en el interior de tanto vacío. Un vacío de nada. 

Claro, el problema no es solo la ignorancia de no sabernos invadidos por lo artificial, obviamente esto es reducir la cuestión sin ninguna responsabilidad. Tampoco es solo el confort de dormir sobre redes sociales que mecen tu cuerpo de un lado a otro de la pasividad, de lo ajeno, de la apatía. Claro, las redes nos hacen fríos y autómatas, las mismas noticias televisivas sensacionalistas terminan volviéndote como un témpano sin sangre que observa unas imágenes sin conexión con uno mismo. Se suceden historias felices con historias terribles, muertes sanguinolentas y desmesuradas en directo, vísceras de alguien que aún grita en su último estertor, mientras desde tu casa observas esa pantalla, y ves la guerra, y engulles comida basura y por dentro estás obstruido. Tus arterias, tu corazón, tu propia alma, no puedes recapacitar, ni reflexionar sobre las imágenes que se suceden como rayos efímeros de desinformación vulgar. Demasiado acostumbrados. Entre esos ojos que ven y la sensación que transmite cada hecho que observan, hay un muro de mármol indestructible. La única forma de derribarlo es su propia muerte. Paradójico que el único detonador eficaz para volver a existir sea tener que morir.

Quizá no sea el apartado para tratar este tema, y solo se trata de una superficial crítica de la población que requiere de un estudio sociológico arduo y complejo, pero siempre consideré que el arte en todas sus facetas habla de la sociedad en la que vivimos, puede ser elitista, puede estar basado en el prejuicio de observar lo que me rodea de forma sesgada y laxa, pero repasando las temáticas y la calidad de la técnica, la complejidad, o la sensibilidad en el cine, la música, la literatura, la arquitectura y en las artes plásticas, estamos en el siglo de la muerte de la humanidad. Siempre, por supuesto, hablando de las tendencias, pues investigando en lo independiente, lo subversivo, la calidad supera a lo antiguo siempre-subjetivamente. Esto nos demuestra que aún hay aún un haz de luz que permite que la existencia siga teniendo un mínimo de sentido. 

Por lo tanto, ahí se encuentra otro germen de la distopía en la que estamos inmersos: lo convencional, lo normativo, los clichés que nunca se derriban. Si hay clichés, hay prejuicios, esto es algo terrible e inevitable. Si la sociedad está conformada por un conjunto de bípedos ovinos que se limitan a ser subyugados a cambio del pasto tecnológico que les alimenta, los lobos que salimos de ese rebaño podremos observar todo desde fuera, incómodos e impotentes ante tanta santidad fiel y gregaria, servilismo absurdo. Es una bola de nieve que crece: mientras unos mueren, sin saberlo, dando latigazos de mártir a su propia consciencia herida y moribunda, otros morimos de desesperación, ya alienados tras la rendición. Todo es cíclico, podría tratarse de la historia de cualquier civilización pasada y ya desaparecida por caer en el conformismo guiado por un poder corrupto y sanguinario. 

Muchos todavía pueden perderse en el pasado, un pasado que duele por la nostalgia de la utopía que supone cualquier momento anterior a este desastre autoimpuesto. Claro, es la sociedad la que nos guía, estudiando nuestras debilidades y prioridades, pero nosotros caemos como si una inyección de pegamento hubiese paralizado todas nuestras ganas de luchar. Impotencia de ser un lobo dentro del redil y tener que seguir el camino marcado por un sistema que te desnaturaliza como ser humano. 

Hasta que te rindes y te pierdes. Y de repente no puedes sentir. De repente solo puedes pensar en que no puedes ser consciente del presente. De repente les ves a tu alrededor como ovejas felices que escriben cosas felices, cuyo ideal estético es soez y vasto y cuyas preocupaciones se limitan a lo material, lo básico, lo prosaico. Les ves enfadarse y reír de verdad, les ves en el presente y tú, consciente racional del mundo que te rodea, no eres capaz de almacenar recuerdos porque los pierdes según el presente se va perdiendo lejano y exponencial hacia el pasado. Olvidas todo porque esta sociedad te dicta que no puedes pensar a la larga, ni sentir a la larga, pero a ellos solo les preocupa el presente más inmediato mientras tú te pierdes en la peor de las muertes, el futuro hipotético. Vagando solitario como un lobo. 

Por eso a veces me pregunto si habrá algún punto en un futuro, esperemos, relativamente cercano, en el que nos rebelemos contra esta sociedad azucarada en la superficie y enmohecida en sus adentros. Luchar por la calidad en las artes para nutrirnos de una esencia más humana, revitalizar corrientes en las que se rebelaban contra un sistema sin vida abocado a una extinción del espíritu que nos diferencia de cualquier otro animal en la Tierra. Quizá sea eso lo único que necesitamos resucitar para volver a existir.

Por último, mencionar en el apartado de la lucidez lo referente a lo cíclico en las sociedades y civilizaciones. Si todo se repite, ¿por qué nadie cambia el rumbo de este desastre que aparece de nuevo en un bucle determinista que tenemos que acatar y aceptar resignados? El fin de la civilización ya lo hemos alcanzado, estamos sentenciados a ser los últimos testigos de una sociedad condenada a desaparecer desde el desastre del desarrollo exponencial de las tecnologías que nos abruman al individuo promedio en resultados absurdos y no aprovechados para ser mejores. ¿Quizá fue eso lo que pasó en Mesopotamia, en el Antiguo Egipto, en la civilización maya? Jamás lo sabremos, todo son conjeturas que deberíamos abrazar para no repetirlo.

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