sábado, 30 de agosto de 2025

Decálogo de Nepentas y Amnesias. Capítulo II. Relaciones

 RELACIONES 


…donde se analiza cómo dos individuos han de basar toda su experiencia común en un crecimiento absoluto y gradual de sus almas en la existencia. Si se diese el caso de una relación superficial, donde lo profundo del pensamiento queda latente y se pierde en el infinito de la oscura soledad de los adentros, esa relación habría de ser desechada para encontrar un alma afín con la que seguir expresando lo eterno. En este apartado se analiza un concepto que acecha con crueldad como una estaca en el centro del corazón, un concepto que se relaciona con el amor propio, subyugado al gigante que llamaremos “Tóxico”. Se tratarán otras cuestiones: orgullo, radicalismos, posesividad…


El siglo de la neolengua, que es ya arcaico, con cierto aroma a naftalina, aroma a ancestral cueva, peste a ignorancia anacrónica subrayada con un feliz orgullo de carencia de atributos culturales. Así funcionan las relaciones entre las personas, con el cuidado más absoluto de buscar cada palabra propicia para evitar ofender a una minoría que en realidad es ya mayoría, es decir: la masa de los agraviados, los falsos protectores de aquellos que también tienen voz. Todo se convierte en un circo, en un disparate ambiguo, en palabrería barata, charlatanes que solo predican con ese odio de una injuria irreal. Desprecio hacia todo lo que tenga que ver con el doble significado de palabras que no siempre ofenden, no siempre tienen una lectura innecesaria entre letra y letra, un análisis de quién lo escribe sería suficiente para saber lo que significan. Este Calibán que aprovecha su argucia bañada de palabrería, despierta casi de forma arquetípica una caja de Pandora repleta de fechorías y rencor hacia cualquier ser humano que piense o argumente de forma diferente. Curiosas las relaciones del siglo vacío, alimentadas y cimentadas por esa unión con argamasa de auténtico rencor.

 Masa que se une para odiar “en nombre de la igualdad”. Curioso al mismo tiempo es ver cómo se mantienen en una ignorancia virgen, como niños recién nacidos, tabula rasa, hasta el momento en el que alguien (el Calibán y los medios) con más poder de odio comienza a remover esa emoción criminal, dando vueltas y vueltas como si se tratara de una poción de nepenta. Sutilmente, esas redes en las que la masa está atrapada como extraños insectos aferrados involuntariamente en la tela de araña de un ser vivo más inteligente, comienzan a viralizarse (término perfectamente acuñado en esta cuestión concreta que nos atañe): Solo necesitan esa pequeña mecha para hacer estallar la dinamita, causando tantos daños como una bomba atómica.

¿Y qué son las relaciones? Ya no existen si no hay tecnologías que lo registren. ¿De qué color son los ojos de la persona con la que hablas? ¿Cómo voy a saberlo si se me ha terminado la batería de este aparato muerto pero con más vida que yo? ¿Cómo voy a preguntárselo por Whatsapp, o cómo voy a mirarlo en las redes sociales si ese maldito móvil no se enciende? La inteligencia artificial ya es la única que nos queda. ¿Y qué pasó con el Sapere aude? ¿Pero no estáis auténticamente desconocidos? En tan poco tiempo y la sociedad ya no es. Ya no existe. Nos olvidamos de sentir, nos olvidamos de tener criterio y juicio. Nos olvidamos de relacionarnos de forma sana. 

La estulticia apuñala sus almas, les tortura, obligándoles a mirar una pantalla iluminada de colores, como si en ella residiera la fuente de la vida, el sentido de la realidad. Da igual, al final la nepenta regresa a su paladar, la regurgitan como rumiantes inconscientes, y así funcionan las relaciones entre las personas. Caótico debe ser el desorden de ideas alquiladas a sus autoridades del raciocinio y el juicio, autoridades que subrepticiamente entran en sus mentes sin criterio, con mentiras del tamaño de Polifemo, y con la argucia del odiseico protagonista. Así, subliminal, la obsolescencia de las nuevas tecnologías (no solo en utilidad, sino mismamente en antigüedad, en moda), es extrapolada a las relaciones humanas en este nuevo siglo que arde de ignominia. Necesario apuntar que esta obsolescencia es en otros términos lo que se conoce como “tóxico”, palabra acuñada y tan empleada en el siglo de la estulticia, que ya es una forma de relación normalizada. 

La obsolescencia del cansarse de una persona como de un objeto, y tener que cambiar sin pararse a sentir, y mucho menos pararse a entender al otro. La obsolescencia de buscar una red social en la que conseguir relaciones espontáneas y sin ninguna duración en el tiempo, vacías, basadas en lo físico, superficialidad diseñada para el goce estético puramente sexual. Así logran que nos perdamos en la más decadente miseria. Por si fuera poco, la falta de empatía en esos ojos vacíos y sin brillo que se pierden en lo puramente animal e instintivo, ¿de qué sirvió toda esta evolución? Si la función hace al órgano, nuestro cerebro está en proceso de retroceso de forma vertiginosa y casi ridícula. Es triste ver cómo se devoran, atendiendo a su pura llama obsesa por acumular números en lugar de aspirar a nuevas experiencias y saberes que puedan llenarles de forma recíproca. ¿Y si hacen daño al otro, qué más da? Incluso a veces ese parece su única e ilegítima aspiración desde luego poco noble y fuera de todo ápice de humanidad. El dolor no es malo en sí, pero provocarlo en otro es de merecido castigo. 

Es muy común la cuestión de no pararse a pensar unos segundos antes de realizar cualquier acto, antes de expresar cualquier banal opinión. Vivimos en tiempos en que cada segundo es oro, y por no saberlo administrar, lo convierten en chatarra, en calderilla, con cada palabra mal dirigida. 

Así funciona esta nueva sociedad de nepentas y amnesias… Se les olvidó pensar en lo fundamental por acumular una escombrera de medallas hechas con sus propios detritus. Ego colonizador basado en el marketing para clavar su bandera de sangre en todas esas mentes débiles, influenciables y crédulas. Esa necesidad de líderes en nombre del odio. ¿Y el amor, dónde está?

El amor se perdió cuando apareció esta realidad de las redes que atrapan y pudren el alma. Está instaurado de tal forma que es tan normal como puede ser una religión, pero es igual de absurdo, de inicuo, de subyugante. El gregarismo bovino, el actuar atendiendo a un mandato, ya sea instintivo sexual o bien tecnológico del control, del confort. Esa comodidad en la que la rebeldía dejó de existir en detrimento de la posesión, del materialismo. Ropa cara, tecnología que caduca y que sin necesidad cambian como vacíos envases que rebuznan orgullo de riqueza material. ¿Cuándo se ha visto esto? 

Progreso técnico, decadencia moral. Se cansan del móvil antes de estrenarlo, fugaces imágenes se vuelcan en sus pupilas sin asimilar absolutamente nada, se cansan de la persona antes de conocerla, fugaces personas del sexo que les atrae desfilan ante sus pupilas en discotecas, en bares, en lugares donde gran parte de las personas se degradan, donde se disipa la moralidad. Y así, se cansan del objeto, lo renuevan; se cansan de una persona, la sustituyen. Obsolescencia de la carne, pero sobre todo del alma.

Y siempre, todos los capítulos de este pequeño opúsculo, nos conducen a la realidad del gusto estético que hiede a ergástula y que nos envuelve con más precisión que la capa de ozono, esta última también devorada por los impulsos maquiavélicos del consumo, el excedente y la producción súper masiva alabados y requeridos por la población.


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